lunes, 19 de marzo de 2012

El sacerdote en el mundo de hoy

Hoy, 19 de marzo, la Iglesia celebra el día del Seminario en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Llama la atención cómo se mantiene e incluso aumenta el número de hombres que son ordenados sacerdotes, teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en el que tienen mucha importancia el dinero, el sexo o el rechazo a obedecer normas, y, sin embargo, los sacerdotes renuncian a ellos al hacer sus votos de castidad, pobreza y obediencia.

Estoy segura de que el tener un trabajo fijo no ha sido una motivación para haber elegido esta opción (y espero que nunca lo sea), sino el profundo amor a Dios que deben sentir y, que tomando el ejemplo de Jesús, quieran extender el Evangelio por el mundo.

En Semana Santa recordamos cómo Jesús, sabiendo el sufrimiento que le esperaba, amó a Dios sobre todas las cosas, por encima de la tentación de llevar una vida cómoda o incluso por encima del miedo al dolor y a la muerte, siguiendo así los planes de Dios y en beneficio de todos los hombres, convirtiéndose en el camino que todos tenemos que seguir.

Igual que Él, el sacerdote es el pastor que camina junto con sus ovejas por ese camino marcado por Jesucristo, y como Él, entregan su vida, no como la podamos entregar cualquiera de nosotros en algún momento o en algún aspecto de nuestra vida, sino de una forma total, absoluta y confiada a pesar de no tener una recompensa asegurada.

Los sacerdotes, a veces cometen errores y es posible que en ocasiones sean los causantes de que haya personas que se aparten de la Iglesia, pero también guían a las ovejas por el buen camino cuando nos hablan de cómo ellos han experimentado el amor de Dios, que les lleva luego a sentir a los demás como hermanos, y de cómo ese amor nos lleva a ser positivos. También cuando nos invitan a acercarnos con fe a la Eucaristía y a leer la Biblia para darnos fuerza y mantenernos firmes ante las dificultades y nos hablan de cuáles deben ser las prioridades en la vida para ser plenamente felices y además son coherentes en su vida personal dándole autoridad y validez a sus palabras.

Este año, que es el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización nos invitan, como le dijo Jesús a Nicodemo, a nacer de nuevo o nacer del Espíritu, olvidándonos de todo lo que hemos visto y aprendido y a descubrir a Jesús con nuestros propios ojos, desde nuestra propia experiencia, y como los sacerdotes, dejarnos llevar a donde Él quiera aceptando su voluntad y poniéndonos a su disposición, que al fin y al cabo es lo que hicieron los seguidores de Jesús cuando Él murió, y recibieron el Espíritu Santo. Así que esperemos que haya más vocaciones sacerdotales para que nunca falten buenos sacerdotes en este mundo que tanto los necesita.

sábado, 10 de marzo de 2012

El sacramento de la reconciliación

Ahora que estamos inmersos en la Cuaresma parece que los creyentes con más o menos fe, los cofrades o, incluso los que no son creyentes pero que lo están pasando mal ahora, hacemos un pequeño parón en nuestras vidas y nos volvemos hacia el fenómeno religioso presente en las cofradías que sacan a sus pasos a la calle y en las Iglesias que nos invitan a una renovación espiritual profunda.
Muchos sacerdotes ven con tristeza cómo se ha ido perdiendo el sacramento de la penitencia en esta sociedad del "todo vale". Se ha pasado de la obligación de cumplir este sacramento por miedo a un Dios castigador, a una sociedad sin conciencia que sólo busca satisfacer al propio yo, que no sólo no se confiesa, sino que ha perdido muchos valores como la educación, el respeto o la capacidad de ponerse en el lugar del otro. El resultado es que hay mucha gente que vive amargada pensando en lo que el otro le hace sufrir, alimentándose de su propio rencor, que no le deja ser feliz.
La imagen del confesionario, el pecado, el sentimiento de culpabilidad y el miedo al infierno suenan a una Iglesia caduca y desfasada, pero la esencia de este sacramento es algo muy necesario para poder ser feliz en la vida y muy saludable incluso desde el punto de vista psicológico, además del espiritual.
Todos tenemos muchos lastres en la vida que no nos dejan ser feliz. Pero nos acostumbramos a vivir con ellos mientras nos van amargando por dentro, porque en realidad no sabemos cómo deshacernos de ellos, ni siquiera sabemos que nos podemos librar de ellos. Sólo los tapamos con cosas superficiales que nos ayuden a soportarlos.
Es una tontería pensar en el sacramento de la penitencia o en la eucaristía como una obligación; es más bien una oportunidad que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad para ser más feliz.
Ahora que en la Cuaresma y después en la Semana Santa todos nos volvemos un poco más hacia Dios, podemos recordar las palabras de Jesucristo: "Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Todo su sufrimiento para algo tan sencillo, pero tan complejo a la vez. Todos los creyentes amamos a Dios, pero no sobre todas las cosas, hay muchas cosas que nos alejan de Él. Cada vez que nos sentimos mal por dentro, nos estamos alejando de Dios, cuando
Él nos pone a prueba en situaciones difíciles y no confiamos en Él, no le estamos amando sobre todas las cosas y cuando no nos ponemos en el lugar del otro, no estamos amando a nuestra familia o amigos como a nosotros mismos.
Es posible que esta renovación interior se pueda llevar a cabo al margen de la Iglesia, incluso sin ser creyente, pero sentir que Dios nos ama, nos perdona y que somos seres muy valiosos creados por Él, es un buen motivo para acercarnos con fe este sacramento de la reconciliación, pedirle perdón, estar en paz con nosotros mismos y con los demás, renovarnos por dentro y ser plenamente felices.
Mucha gente que se confiesa siente una gran paz interior porque sabe que el sacerdote, aunque es un hombre como tú o como yo, en ese momento tiene el poder para perdonar los pecados porque lo hace en nombre de Dios. Hay quien piensa que los cristianos practicantes nos creemos más buenos que el resto, pero en realidad puede que nos sintamos más necesitados de Dios y sólo estemos buscando en el lugar adecuado.