sábado, 19 de marzo de 2011

Solucionar los problemas de cada día

Muchas veces sentimos que algo va mal en nuestra vida, que no acabamos de controlar las situaciones que nos rodean y lo peor es que no sabemos cómo hacerlo. Sentimos ansiedad, estrés, frustración, amargura y ganas de evadirnos para tratar de aliviar las circunstancias que nos agobian o nos preocupan. Otras veces nos hacemos los fuertes y queremos tirar para delante porque no nos queda otro remedio pero en realidad no lo conseguimos y no sabemos muy bien por qué.
Lo primero es reconocer que tenemos un problema, aunque esto provoca aún más estrés y luego sobre todo pedir ayuda a los que nos rodean aunque éstos muchas veces están en el mismo círculo de nuestro problema y, o bien, no queremos agobiarles o simplemente no pueden ayudarnos.
Hay quien se obsesiona con algo para hacer la vida más llevadera, pero tampoco es solución porque al final terminamos más estresados al tener nuestra atención distraída en otra cosa y además al ser una obsesión crea ansiedad al hacerlo y más aún cuando no se puede hacer. Lo peor es que no lo vemos como una obsesión sino como la salvación para poder soportar el día a día, por lo que por mucho que nos digan no lo vamos a reconocer. Por desgracia, es sólo cuando llegamos a una situación límite cuando nos damos realmente cuenta de las consecuencias negativas de lo que estamos haciendo y es entonces cuando podemos afrontar lo que nos pasa, dejar a un lado lo que nos obsesiona y reconocer que no podemos solos y necesitamos ayuda. Muchas veces juzgamos a los demás por la actitud que tienen hacia nosotros cuando los vemos distraídos, estresados, obsesionados, etc. y creemos que no nos prestan atención y no les importamos pero muy pocas veces nos ponemos en su lugar e intentamos averiguar qué les pasa realmente para que estén así.
Todos tenemos que cargar con la cruz de cada día pero si queremos ser realmente felices no debemos hacerlo a cualquier precio, sino parándonos en seco y viendo cuál es el camino y cómo podemos conseguirlo, aunque a veces sea necesario que tropecemos y nos caigamos de boca para aprender.
Ahora estamos en Cuaresma, un tiempo de renovación y de cambio. Pidámosle a Dios que nos muestre el camino para que todos empecemos de cero en nuestra vida cambiando lo que no nos gusta y podamos ser realmente felices.


lunes, 7 de marzo de 2011

Una experiencia eucarística

Hace una semana fui a misa a una Iglesia distinta de la que suelo ir y viví la Eucaristía de una manera diferente.

Al entrar me llamó la atención que, aunque estaba llena, eran casi todos personas de avanzada edad excepto unos cuantos niños que estaban en la primera fila. Pero esto no es raro de encontrar en muchas iglesias hoy en día. Todo el mundo tenía una actitud seria manteniendo la compostura en todo momento antes de empezar la misa, lo que unido a la amplitud de la iglesia hacía que se respirara un aire de frialdad en el ambiente.

Cuando empezó la misa la gente empezó a cantar el canto de entrada de una hojilla con canciones muy antiguas, aunque lo peor no es que fueran antiguas sino la forma en la que eran cantadas, con una cadencia lenta y pesada, que hacía que parecieran más antiguas todavía.

El resto de la misa no estuvo mal, el sacerdote fue sencillo y cercano en la homilía aunque el Credo recitado por todos como un papagayo contribuía a la sensación de que estuviéramos allí para cumplir una obligación. Lo mejor eran los monaguillos, un niño y una niña, que ayudaban en la misa por primera vez, y que se les veía en la carita la inocencia y la ilusión por lo que estaban haciendo.

Respecto a los cantos y al ambiente, tal vez alguien pueda pensar que en una Eucaristía las canciones o la gente son lo de menos y puede que tengan razón. Pero no cabe duda de que te pueden influir y hacer que te sientas más o menos cómodo. Alguna persona mayor podría pensar: "En mis tiempos no había coros parroquiales y yo iba a misa todos los domingos cuando era joven". La Eucaristía es un encuentro con Dios pero también es un encuentro en comunidad y si no hay fraternidad entre la gente es una comunidad muerta. Es como visitar a un amigo y hacerlo en un ambiente en el que no estamos cómodos. No lo vives con la misma intensidad. Prefieres ir a verlo cuando esté solo, como hace mucha gente que vive su fe aisladamente, aunque lo ideal sería ir a verlo rodeado de gente en un ambiente en el que te sientas más cómodo, y sobre todo no ir a verlo porque te han obligado, porque entonces irás de mala gana.

No sé qué sentiría un joven al acudir allí a misa. Yo sólo cuento mi experiencia, pero la verdad es que no es atrayente para los jóvenes en absoluto empezando por el horario (las 11.00 de la mañana). No es culpa de nadie, simplemente la mayoría de los que van a misa son ancianos y adaptan la misa a su forma de ser. Sólo los jóvenes podrían cambiarlo, pero si alguno ha ido se puede haber sentido fuera de lugar. Es un círculo vicioso, que por desgracia se repite en muchas de iglesias. Pero, ¿qué pasará cuando vayan desapareciendo esas generaciones de personas mayores que tenían esa tradición de ir a la misa dominical?