Vivimos unos momentos difíciles en nuestra sociedad en los que muchas familias tienen a muchos de sus miembros en paro y van saliendo adelante como pueden. Pero lo peor es la sensación de incertidumbre ante esta situación de crisis económica, sobre todo para los más jóvenes que ven tambalearse sus esperanzas de futuro.
El ser humano no está preparado para soportar este estado de incertidumbre durante mucho tiempo, por eso reaccionamos con miedo, ansiedad, preocupación o desesperación. Pero eso es algo normal que va unido a nuestra naturaleza humana. El propio Jesucristo sintió esto también cuando tuvo que afrontar su pasión y su muerte y nos dijo qué teníamos que hacer cuando nos pasara esto. Primero, le dijo, en la Oración en el Huerto de los olivos, a los discípulos que rezaran, que muchas veces el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil, incluso para Él que era el Hijo de Dios. Luego nos enseñó cómo teníamos que hacerlo cuando pasáramos por una situación difícil como la suya. Al principio sintió miedo de afrontar la situación que se le venía encima y le pidió a Dios que apartara de su vida ese sufrimiento, pero luego terminó aceptándolo si esa era la voluntad de Dios. De esta forma nos enseñó que con la ayuda de la oración podemos hacer frente a las adversidades.
En esta Semana Santa que acaba de terminar hemos visto a Jesucristo sufrir mucho en su Pasión porque sabía que era lo que tenía que hacer y que esa era la voluntad de Dios. En realidad todos sabemos qué es lo que debemos hacer en nuestra vida, pero muchas veces no tenemos el valor porque hemos perdido la esperanza de que ese problema tenga solución.
Muchas veces los cofrades nos centramos demasiado en el sufrimiento de Jesús a través de los distintos misterios que recorren nuestras calles en Semana Santa. Sin embargo, Él en su Pasión, cuando iba camino del Calvario, veía a la gente que lo miraba llorando al verlo sufrir injustamente y les decía que no lloraran por Él, que llorásemos por nosotros, porque todos de alguna u otra forma tenemos que cargar con una cruz en nuestro camino por la vida. A veces al mirar una imagen de un Cristo cargando con su cruz o una Virgen dolorosa, cuando pasan a nuestro lado en los distintos cortejos procesionales, en ese momento mágico en el que su mirada se encuentra con la nuestra, me transmiten ese dolor de Padre y Madre preocupados por nosotros, por nuestros problemas y por nuestra forma de afrontar nuestros sufrimientos particulares, mostrándonos que Ellos nos acompañan durante toda nuestra vida y que están deseando que no nos rindamos y luchemos con fuerza para seguir adelante.
Pero Jesús no vino a este mundo sólo para que lo crucificaran, y mostrarnos su amor de esa manera, sino también para mostrarse como el camino que tenemos que seguir en nuestra vida, si no, su sufrimiento no habría servido de nada. Somos nosotros los que tenemos que darle sentido a su sufrimiento tomando ejemplo de todo lo que Él nos dijo e hizo cuando estuvo en este mundo. Por eso es tan importante el Evangelio, porque en Él se recoge su mensaje.
Y no podemos olvidar su Resurrección, sin la que el cristianismo no tendría sentido. Si Jesús no hubiera resucitado habría sido un profeta más que vino a traer esperanza a la gente desfavorecida de su época. Pero al resucitar vino a decirle a toda la generación incrédula de su tiempo y de todos los tiempos que su mensaje no es una invención a la que nos aferramos los creyentes para hacer esta vida más llevadera, sino que de verdad existió un hombre hace más de dos mil años que fue crucificado y cuyo cuerpo desapareció de su tumba. Y este hecho ratifica todo su mensaje y confirma la existencia de Dios, dándole sentido a nuestra fe y haciéndonos partícipes de la alegría de la Resurrección. Por eso con su ejemplo Jesús vino a decirnos que, aunque el camino de nuestra vida sea difícil, como las distintas situaciones derivadas de la incertidumbre económica que estamos padeciendo, siempre debemos levantarnos y luchar con la esperanza de que al final todo va salir bien porque Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y nunca nos deja abandonados a nuestra suerte, aunque a veces no entendamos sus planes.