Hoy, Jueves Santo, se conmemora la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, en la que Jesús celebra la Ultima Cena de la Pascua judía con sus discípulos, y la primera de la Pascua cristiana, en la que recordamos que Él entregó su cuerpo y se quedó presente en el pan y el vino, que gracias a los sacerdotes, tomamos en cada Eucaristía, y que hoy merecen una atención especial.
Todos vamos con nuestra cruz a cuestas por el camino de la vida, pero sólo unos pocos toman el relevo de Jesús, dejándolo todo de forma radical como hizo Él , al encontrar el gran tesoro de la fe por amor a Dios y a sus hermanos. Y, a pesar de los momentos difíciles en los que pudieran pensar como pensaría Jesús si merecía la pena tanto sacrificio, llevan consigo la grandeza y la satisfacción de continuar la misión de Jesús: "hacer discípulos míos a todos los hombres, bautizándolos en nombre de Dios y haciendo que se conviertan y crean en la Buena Noticia.
Todos, ateos y creyentes tenemos una misión personal en la vida, en nuestras profesiones y en nuestra vida de familia, y sentimos la satisfacción de ayudar dando lo mejor de nosotros a nuestros hijos, cónyuges, padres o bien, en nuestras profesiones, a nuestros alumnos, enfermos, clientes, etc. Pero el privilegio que realmente tienen unos pocos es sentir que hay una realidad sobrenatural que es Dios, cuya presencia hace que todo este mundo tenga sentido, y además sentir que ese Ser perfecto que ha diseñado cada átomo de este mundo me quiere más que el amor más puro que pueda existir, y no para de buscarme para amarme y ayudarme. Pero el mayor privilegio del sacerdote es tener en sus manos la llave para hacer lo que hizo Jesús: hacer que otras personas puedan ver a Dios como Él lo veía, sirviendo de instrumento, dejando que Dios hable a través de ellos transmitiendo la felicidad que sienten, no efímera, como la de este mundo, sino plena, y ser capaces de contagiarla a los demás, haciendo así un mundo mejor; todo eso a través de los sacramentos, como la Eucaristía, donde el sacerdote nos da a Jesús consagrado en el pan para que lo tengamos en nuestro interior y nos habla en nombre de Dios en la homilía, explicándonos la Palabra. También en la Penitencia, el sacerdote nos guía en nuestro camino como cristianos, aportando un enfoque distinto al que solemos darle a las relaciones personales en nuestro mundo desde la perspectiva de la fe. También nos dan consuelo y esperanza en la Unción de los enfermos y nos inician en la fe cristiana en el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación, invitándonos a pertenecer a la Iglesia, siempre desde la alegría, la esperanza y el optimismo de la fe en Jesús y la experiencia de Dios en la oración y en la vida en comunidad con sus hermanos y el orgullo de ser los intermediarios entre Dios y su Iglesia.