Vivimos en una sociedad cada vez más castigada por la crisis. Pero lo peor no es la crisis económica sino el haber perdido la esperanza y la fe en que las cosas pueden cambiar. Esto nos hace bloquearnos y quedarnos de brazos cruzados.Y esto a su vez va creando en nosotros ansiedad o depresión, lo que hace que nuestros problemas aumenten y sea cada vez más difícil salir de este círculo.
Pero a pesar de lo adversas que puedan ser las circunstancias que nos rodean no podemos pensar que somos demasiado débiles para hacer nada. Pero tampoco que somos lo suficientemente fuertes para solucionarlo nosotros solos porque las circunstancias que nos rodean no dependen sólo de nosotros.Tenemos que tener confianza en nosotros mismos como seres valiosos y en Dios como Ser que,aunque no lo parezca, no es ajeno a los problemas de este mundo.
Dios siempre ha estado al lado de los pobres y los débiles. Al principio se hizo presente en este mundo a través de Moisés, Abrahán y los profetas, pero los hombres terminaron viéndolo como un Dios castigador. Por eso hace más de dos mil años envió a su Hijo a uno de los pueblos más castigados del mundo por la miseria y las enfermedades. Y consiguió que tuvieran fe en Él porque creó en ellos la esperanza en un mundo mejor curando sus enfermedades aquí y ofreciéndoles plenitud y felicidad más allá de las cosas materiales y cotidianas. Pero cuando se fue de este mundo nos dijo: "Me voy con mi Padre que es vuestro Padre, me voy con mi Dios, que es vuestro Dios", sirviendo de puente entre Dios y los hombres.
Él fue la piedra angular de un gran edificio que es la Iglesia y que se ha ido formando a lo largo de la historia. Al principio los primeros cristianos iban contando su experiencia con Jesús. Pero cuando ya esa experiencia era muy lejana y empezaba a perderse la fe pensaron que la mejor forma de conservar el legado de Jesús era obligando a la gente a cumplir obligaciones por miedo de nuevo a un Dios castigador.
Ahora los tiempos han cambiado y se ha perdido el miedo y con él los valores en general. Hay menos fe pero Dios en estos tiempos no es ajeno a nuestros problemas tampoco. Está enviando a este mundo a personas que nos hacen recordar de nuevo que Él no es un Dios castigador, sino un Padre que quiere y ayuda a los que tienen más problemas en este mundo. Dios está revelando de nuevo estas cosas como hizo a través de su hijo hace más de dos mil años al nuevo Papa Francisco, a una nueva generación de sacerdotes y a católicos comprometidos que vuelven a hablarnos de su experiencia personal de Dios, no de doctrinas y obligaciones.
Pero la sociedad no se ha dado cuenta. Todavía hay quien cree que a la Iglesia sólo van las personas mayores por obligación, o la gente que va a celebrar bodas, bautizos, comuniones y entierros, o las cofradías que celebran cultos. Y que los miembros de grupos parroquiales o cofradías son personas hipócritas que sólo buscan protagonismo. Y que los sacerdotes sólo dan aburridos sermones echando la bronca a los que van a la Iglesia y sólo tratan de poner trabas a los que no suelen ir a misa.
En realidad, y bajo mi modesta opinión, es verdad que todavía queda algo de esto en la Iglesia, pero también es verdad que también hay un sector cada vez más fuerte que está haciendo lo que dijo Jesús en su tiempo a los discípulos, ir por el mundo contagiando la esperanza del Evangelio y curando a los enfermos de fe y esperanza de estos tiempos.
Ojalá que los sacerdotes y gente comprometida que ya están luchando no se desanimen al ver a esta gente que va a la Iglesia sólo por cumplir obligaciones o tradiciones y por otro lado, ojalá que todo el que lo esté pasando mal tenga la suerte de encontrarse con alguien que le ayude a descubrir que participar en la Iglesia es una puerta que pueden abrir para encontrar un alivio a los grandes males de estos tiempos y vivir una fe más profunda que le ayude a creer más en que todo va a cambiar en su vida y a creer más en sí mismos, por ejemplo a través de la oración en la Iglesia, a veces más barata y efectiva que una sesión de pilates y yoga, o de la Eucaristía, donde sentimos la fuerza para afrontar la semana y establecemos relaciones sociales compartiendo nuestra fe con otras personas o leyendo el Evangelio donde Dios nos dice mensajes concretos para nuestra vida diaria.