Todos en la vida tenemos ilusiones y proyectos, ya sean familiares, laborales o personales, pero por distintas circunstancias no es posible que se realicen. A veces intentamos luchar para que no se apague nuestra ilusión y siempre mantenemos viva la esperanza. Sin embargo, va pasando el tiempo y aunque seguimos luchando no se realiza ese proyecto. Al final llega un momento en el que nos damos por vencidos y aceptamos que ya ocurrirá cuando tenga que ocurrir y nos convencemos de que no somos dueños de la consecución de nuestros deseos. Pero es entonces, cuando menos lo esperamos y hemos perdido la esperanza, cuando de pronto se realiza sin esperarlo. Aunque en realidad lo que ha ocurrido es el fruto de nuestro esfuerzo continuado en el pasado.
Pero ya la ilusión no es la misma ni el entusiasmo. Y corremos el riesgo de no darle la importancia que tenía al principio o de hacerlo de una forma rutinaria.Y, aunque estemos cansados, lo importante es que, a pesar de los huracanes y las tormentas por los que hemos ido pasando, todavía estamos de pie. Y, por lo tanto, somos héroes. No podemos tirar por tierra todo nuestro esfuerzo pasado. Así que hay que buscar el entusiasmo y la fuerza del pasado y luchar por nuestro trabajo, nuestra relación, nuestra familia o nuestros proyectos personales con la ilusión del primer día.
Con este blog pretendo compartir sensaciones positivas que contribuyan a ser más felices a los demás.
sábado, 5 de julio de 2014
domingo, 11 de mayo de 2014
Aceptar en lugar de juzgar
Vivimos en un mundo en el que creemos que tenemos el remedio para todo y en el que desde que los niños son pequeños procuramos darle todo lo que nos piden para evitarles sufrimiento.
Por eso es frecuente que nos sintamos frustrados cuando a lo largo de nuestra vida las cosas no salen como queremos. Sentimos rabia e impotencia porque nosotros ponemos de nuestra parte pero no podemos hacer nada para obtener los resultados esperados. Cuando esto ocurre uno siempre tiende a culpabilizar a los demás o a los hechos causantes de nuestra frustración, pero gastamos nuestras energías inútilmente. En realidad las cosas pasan porque tienen que pasar y hay veces que no se pueden cambiar.
En ocasiones esto mismo lo hacemos con los demás y nos da rabia que otras personas a las que queremos tengan que sufrir por diversos motivos. Entonces les aconsejamos según nuestro punto de vista y si no nos hacen caso nos enfadamos con ellos. Pero en realidad nadie tiene derecho a juzgar a nadie porque sólo Dios y nosotros nos conocemos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias. Tal vez aunque no lo entendamos ese sea el único camino que la vida le ha obligado a tomar a esa persona.
Si lo trasladamos a la vida de Jesucristo, sus amigos le decían que se defendiera y que no dejara que lo atraparan para crucificarlo. Pero aunque Él les explicaba que era necesario que Él muriera, ellos ni lo entendían ni lo aceptaban. El apóstol Pedro incluso le cortó una oreja a un soldado romano porque no quería que se lo llevaran. Jesús, sin embargo, sólo quería que sus amigos rezaran por Él y que estuvieran con Él apoyándole en sus momentos más difíciles.
Igual que a Jesús debemos procurar no juzgar a los demás aunque no los entendamos porque tal vez eso sea lo que Dios le pide a esa persona que haga. Y, por otro lado, no debemos sentirnos frustrados porque las circunstancias o las personas que nos rodean no sean como nos gustaría porque eso no depende de nosotros. Debemos centrarnos en lo que sí podemos hacer para cambiar nosotros mismos. Y dejar que Dios sea Dios, poniéndonos en sus manos después de haber hecho todo lo que está en las nuestras, porque es sólo Él quien puede decidir el destino de nuestras vidas y el de las de las personas que queremos, que, por el Amor que nos tiene, al final será para nuestro bien.
domingo, 27 de abril de 2014
¿Por qué no hay jóvenes en la Iglesia?
Se acabó la Semana Santa y empiezan ya las comuniones; se acabó el invierno, la época de recogimiento de la Cuaresma y la Semana Santa y se empieza a notar la primavera, la alegría de la Resurrección, la ilusión de los niños que hacen ahora la Comunión y que desean recibir a Cristo por primera vez en sus vidas.
Como esos niños, hemos comenzado muchos de nosotros nuestra relación con la Iglesia y con Jesucristo. Cómo vivamos esta experiencia depende de la formación que nuestros padres y catequistas nos hayan ido transmitiendo. Si nos han ido contagiando el verdadero sentido que tiene la Primera Comunión será una experiencia muy positiva en la vida que nos ayudará a ser más fuertes en los momentos difíciles.
Después de la Primera Comunión los niños que han descubierto realmente a Jesucristo y la influencia positiva que eso ha supuesto en sus vidas suelen continuar en grupos de Poscomunión y si los catequistas ayudan a mantener la ilusión en esos niños pueden a llegar incluso a recibir el sacramento de la Confirmación.
Después de la Confirmación parece que esos niños o adolescentes se van apartando poco a poco de la Iglesia. Es triste porque quizá esa alegría e ilusión que les caracteriza es lo que se echa en falta en la Iglesia.
No sé realmente las causas de por qué ocurre esto. En mi caso recuerdo que después de la Confirmación nos presentaron un proyecto para el curso siguiente y ya nunca volvieron a llamarnos.Así que yo tuve que ir a otros colegios y parroquias para poder seguir con mis inquietudes. Pero no sé qué harían los demás. Recuerdo que en esa época pensaba que alguien en la Iglesia tenía que ofrecernos una respuesta como jóvenes que teníamos inquietudes y ganas de seguir formándonos y de ofrecernos un espacio donde relacionarnos con otros jóvenes con nuestras mismas inquietudes y poder desarrollarnos como cristianos. Pero parece que no éramos una prioridad en esa parroquia. Menos mal que vine a parar a otra parroquia en la que sí se estaba empezando a trabajar con jóvenes.
Tal vez se haga mucho hincapié dentro de la Iglesia en los sacramentos de la Comunión y la Confirmación como modo de captación y no tanto por promover la fe en la juventud y en la edad adulta. Eso unido a la fuerte presión que ejerce la sociedad sobre unos jóvenes faltos de valores, en la que se valora el satisfacer los egoísmos personales por encima de los demás y en los que el alcohol, el sexo y las drogas tienen más influencia sobre ellos que valores como el compromiso y la entrega a los demás dan como resultado una sociedad que crece sin fe y sin esperanza o que las pierde por el camino y cuando vienen los problemas se siente vacía y frustrada.
Yo creo que los sacramentos están bien como toma de contacto con la fe y con la Iglesia, pero muchas veces pierden su eficacia porque la sociedad no les da el sentido que realmente tienen. La mayoría de la gente hace uso de ellos por tradición o como un mero trámite, lo que supone un poco frustrante para sacerdotes y catequistas. Lo que deberían ser prioridad para la Iglesia son los que no se acercan a ella porque quizá sean los que más lo necesitan. El propio Jesucristo nos marcó el camino cuando iba a los pescadores que jamás pisaban el templo para decirles que lo siguieran aunque su manera de romper con el judaísmo y las estrictas normas de los maestros de la ley de su tiempo le condujeran finalmente hasta la muerte. Pero la Resurrección nos demuestra que triunfó.
Es triste que haya jóvenes en sus casas con inquietudes de fe que tal vez no se atrevan a acudir a una parroquia y corresponde a la Iglesia dar respuesta a esas inquietudes. Y es esa alegría y esos valores propios de la juventud como la solidaridad y el compromiso y la importancia de luchar por unos ideales sin tener intereses de ningún tipo más que compartir su fe con otros jóvenes lo que la Iglesia necesita o adultos que buscan vivir la fe de una manera profunda y no como un cumplimiento de obligaciones. Si no lo hacen así las iglesias seguirán llenas de personas mayores que forman grupos cerrados y que dirigen las comunidades parroquiales.
Como esos niños, hemos comenzado muchos de nosotros nuestra relación con la Iglesia y con Jesucristo. Cómo vivamos esta experiencia depende de la formación que nuestros padres y catequistas nos hayan ido transmitiendo. Si nos han ido contagiando el verdadero sentido que tiene la Primera Comunión será una experiencia muy positiva en la vida que nos ayudará a ser más fuertes en los momentos difíciles.
Después de la Primera Comunión los niños que han descubierto realmente a Jesucristo y la influencia positiva que eso ha supuesto en sus vidas suelen continuar en grupos de Poscomunión y si los catequistas ayudan a mantener la ilusión en esos niños pueden a llegar incluso a recibir el sacramento de la Confirmación.
Después de la Confirmación parece que esos niños o adolescentes se van apartando poco a poco de la Iglesia. Es triste porque quizá esa alegría e ilusión que les caracteriza es lo que se echa en falta en la Iglesia.
No sé realmente las causas de por qué ocurre esto. En mi caso recuerdo que después de la Confirmación nos presentaron un proyecto para el curso siguiente y ya nunca volvieron a llamarnos.Así que yo tuve que ir a otros colegios y parroquias para poder seguir con mis inquietudes. Pero no sé qué harían los demás. Recuerdo que en esa época pensaba que alguien en la Iglesia tenía que ofrecernos una respuesta como jóvenes que teníamos inquietudes y ganas de seguir formándonos y de ofrecernos un espacio donde relacionarnos con otros jóvenes con nuestras mismas inquietudes y poder desarrollarnos como cristianos. Pero parece que no éramos una prioridad en esa parroquia. Menos mal que vine a parar a otra parroquia en la que sí se estaba empezando a trabajar con jóvenes.
Tal vez se haga mucho hincapié dentro de la Iglesia en los sacramentos de la Comunión y la Confirmación como modo de captación y no tanto por promover la fe en la juventud y en la edad adulta. Eso unido a la fuerte presión que ejerce la sociedad sobre unos jóvenes faltos de valores, en la que se valora el satisfacer los egoísmos personales por encima de los demás y en los que el alcohol, el sexo y las drogas tienen más influencia sobre ellos que valores como el compromiso y la entrega a los demás dan como resultado una sociedad que crece sin fe y sin esperanza o que las pierde por el camino y cuando vienen los problemas se siente vacía y frustrada.
Yo creo que los sacramentos están bien como toma de contacto con la fe y con la Iglesia, pero muchas veces pierden su eficacia porque la sociedad no les da el sentido que realmente tienen. La mayoría de la gente hace uso de ellos por tradición o como un mero trámite, lo que supone un poco frustrante para sacerdotes y catequistas. Lo que deberían ser prioridad para la Iglesia son los que no se acercan a ella porque quizá sean los que más lo necesitan. El propio Jesucristo nos marcó el camino cuando iba a los pescadores que jamás pisaban el templo para decirles que lo siguieran aunque su manera de romper con el judaísmo y las estrictas normas de los maestros de la ley de su tiempo le condujeran finalmente hasta la muerte. Pero la Resurrección nos demuestra que triunfó.
Es triste que haya jóvenes en sus casas con inquietudes de fe que tal vez no se atrevan a acudir a una parroquia y corresponde a la Iglesia dar respuesta a esas inquietudes. Y es esa alegría y esos valores propios de la juventud como la solidaridad y el compromiso y la importancia de luchar por unos ideales sin tener intereses de ningún tipo más que compartir su fe con otros jóvenes lo que la Iglesia necesita o adultos que buscan vivir la fe de una manera profunda y no como un cumplimiento de obligaciones. Si no lo hacen así las iglesias seguirán llenas de personas mayores que forman grupos cerrados y que dirigen las comunidades parroquiales.
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