En un artículo recientemente publicado en Diario de Cádiz, aparecían datos sobre una encuesta realizada por Metroscopia, en la que analizaba el sentido de la Navidad para los jóvenes: para el 84% de los jóvenes españoles estos días solamente significa cenas, fiestas o reuniones; para el 72% no tiene ningún significado religioso, y únicamente el 15% asiste a la Iglesia en esta época del año.
Este hecho se atribuye a menudo al materialismo y a la pérdida de valores de esta sociedad, que ha dejado de creer en Dios, para confiar sólo en el poder del ser humano, y es comparada muchas veces con la sociedad de hace unas décadas en la que la gente estaba obligada a cumplir unas normas de comportamiento por temor al castigo y había valores como el respeto y la educación. Es verdad que se están perdiendo los valores y que el hombre está jugando a ser Dios haciendo y deshaciendo la naturaleza a su antojo, pero también hay que tener en cuenta otro aspecto. La sociedad actual está cambiando, y no sólo en lo que respecta a los cambios tecnológicos; está convirtiéndose también en una sociedad menos ignorante, que sabe cuáles son sus derechos. El problema es que se ha luchado mucho por conseguir unos derechos, pero esto no ha ido acompañado de unas obligaciones. En las familias, por el afán de proteger a sus hijos, muchos padres no dejan que éstos se responsabilicen de su vida, impidiendo que maduren como personas, enfrentándose incluso a todo el que quiera imponerles unos límites, como en el colegio. Así hemos creado una sociedad con un alto índice de fracaso escolar, que además no ayudan a sus padres en casa y que incluso cuando se independizan, siguen dependiendo de sus padres para el cuidado de la casa y de los niños.
Es una sociedad inmadura, que se aprovecha de que no le imponen límites para hacer lo que quiera buscando sólo su propio beneficio. Pero también lo era la sociedad del franquismo, que hacía lo que le decían sin pensar lo que le dictara su conciencia, sólo por miedo al castigo. Por supuesto, en la sociedad actual no tiene cabida la fe, ni los valores que nos propone la Iglesia, ni la asistencia a misa, como podemos ver en estas fechas navideñas. Sin embargo, deberíamos caminar hacia una sociedad más madura, en la que conservemos los derechos que hemos conseguido, pero con unos límites, y dentro de unos valores como la solidaridad, el esfuerzo o la empatía, pensando en el bien común y poniéndonos en el lugar del otro.
Porque en realidad esta sociedad no es feliz, se siente vacía, sobre todo ahora que la crisis hace que sea más difícil satisfacer rápidamente los deseos consumistas de cada uno. Ahora más que nunca esta sociedad necesita un referente, Alguien que le de verdadero sentido a la vida, sobre todo cuando llega el sufrimiento o la frustración.
En estas fiestas navideñas se celebra que Jesucristo vino a este mundo para que viviéramos nuestra fe en Dios en plenitud, sin obligaciones ni leyes, como se hacía antes de que Él naciera, sino como un un Padre bueno, que nos ha creado a nosotros y al mundo que nos rodea y que nos ama y quiere que seamos plenamente felices.
Este hecho se atribuye a menudo al materialismo y a la pérdida de valores de esta sociedad, que ha dejado de creer en Dios, para confiar sólo en el poder del ser humano, y es comparada muchas veces con la sociedad de hace unas décadas en la que la gente estaba obligada a cumplir unas normas de comportamiento por temor al castigo y había valores como el respeto y la educación. Es verdad que se están perdiendo los valores y que el hombre está jugando a ser Dios haciendo y deshaciendo la naturaleza a su antojo, pero también hay que tener en cuenta otro aspecto. La sociedad actual está cambiando, y no sólo en lo que respecta a los cambios tecnológicos; está convirtiéndose también en una sociedad menos ignorante, que sabe cuáles son sus derechos. El problema es que se ha luchado mucho por conseguir unos derechos, pero esto no ha ido acompañado de unas obligaciones. En las familias, por el afán de proteger a sus hijos, muchos padres no dejan que éstos se responsabilicen de su vida, impidiendo que maduren como personas, enfrentándose incluso a todo el que quiera imponerles unos límites, como en el colegio. Así hemos creado una sociedad con un alto índice de fracaso escolar, que además no ayudan a sus padres en casa y que incluso cuando se independizan, siguen dependiendo de sus padres para el cuidado de la casa y de los niños.
Es una sociedad inmadura, que se aprovecha de que no le imponen límites para hacer lo que quiera buscando sólo su propio beneficio. Pero también lo era la sociedad del franquismo, que hacía lo que le decían sin pensar lo que le dictara su conciencia, sólo por miedo al castigo. Por supuesto, en la sociedad actual no tiene cabida la fe, ni los valores que nos propone la Iglesia, ni la asistencia a misa, como podemos ver en estas fechas navideñas. Sin embargo, deberíamos caminar hacia una sociedad más madura, en la que conservemos los derechos que hemos conseguido, pero con unos límites, y dentro de unos valores como la solidaridad, el esfuerzo o la empatía, pensando en el bien común y poniéndonos en el lugar del otro.
Porque en realidad esta sociedad no es feliz, se siente vacía, sobre todo ahora que la crisis hace que sea más difícil satisfacer rápidamente los deseos consumistas de cada uno. Ahora más que nunca esta sociedad necesita un referente, Alguien que le de verdadero sentido a la vida, sobre todo cuando llega el sufrimiento o la frustración.
En estas fiestas navideñas se celebra que Jesucristo vino a este mundo para que viviéramos nuestra fe en Dios en plenitud, sin obligaciones ni leyes, como se hacía antes de que Él naciera, sino como un un Padre bueno, que nos ha creado a nosotros y al mundo que nos rodea y que nos ama y quiere que seamos plenamente felices.
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