Hoy, 19 de marzo, la Iglesia celebra el día del Seminario en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Llama la atención cómo se mantiene e incluso aumenta el número de hombres que son ordenados sacerdotes, teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en el que tienen mucha importancia el dinero, el sexo o el rechazo a obedecer normas, y, sin embargo, los sacerdotes renuncian a ellos al hacer sus votos de castidad, pobreza y obediencia.
Estoy segura de que el tener un trabajo fijo no ha sido una motivación para haber elegido esta opción (y espero que nunca lo sea), sino el profundo amor a Dios que deben sentir y, que tomando el ejemplo de Jesús, quieran extender el Evangelio por el mundo.
En Semana Santa recordamos cómo Jesús, sabiendo el sufrimiento que le esperaba, amó a Dios sobre todas las cosas, por encima de la tentación de llevar una vida cómoda o incluso por encima del miedo al dolor y a la muerte, siguiendo así los planes de Dios y en beneficio de todos los hombres, convirtiéndose en el camino que todos tenemos que seguir.
Igual que Él, el sacerdote es el pastor que camina junto con sus ovejas por ese camino marcado por Jesucristo, y como Él, entregan su vida, no como la podamos entregar cualquiera de nosotros en algún momento o en algún aspecto de nuestra vida, sino de una forma total, absoluta y confiada a pesar de no tener una recompensa asegurada.
Los sacerdotes, a veces cometen errores y es posible que en ocasiones sean los causantes de que haya personas que se aparten de la Iglesia, pero también guían a las ovejas por el buen camino cuando nos hablan de cómo ellos han experimentado el amor de Dios, que les lleva luego a sentir a los demás como hermanos, y de cómo ese amor nos lleva a ser positivos. También cuando nos invitan a acercarnos con fe a la Eucaristía y a leer la Biblia para darnos fuerza y mantenernos firmes ante las dificultades y nos hablan de cuáles deben ser las prioridades en la vida para ser plenamente felices y además son coherentes en su vida personal dándole autoridad y validez a sus palabras.
Este año, que es el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización nos invitan, como le dijo Jesús a Nicodemo, a nacer de nuevo o nacer del Espíritu, olvidándonos de todo lo que hemos visto y aprendido y a descubrir a Jesús con nuestros propios ojos, desde nuestra propia experiencia, y como los sacerdotes, dejarnos llevar a donde Él quiera aceptando su voluntad y poniéndonos a su disposición, que al fin y al cabo es lo que hicieron los seguidores de Jesús cuando Él murió, y recibieron el Espíritu Santo. Así que esperemos que haya más vocaciones sacerdotales para que nunca falten buenos sacerdotes en este mundo que tanto los necesita.
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