Ahora que estamos inmersos en la Cuaresma parece que los creyentes con más o menos fe, los cofrades o, incluso los que no son creyentes pero que lo están pasando mal ahora, hacemos un pequeño parón en nuestras vidas y nos volvemos hacia el fenómeno religioso presente en las cofradías que sacan a sus pasos a la calle y en las Iglesias que nos invitan a una renovación espiritual profunda.
Muchos sacerdotes ven con tristeza cómo se ha ido perdiendo el sacramento de la penitencia en esta sociedad del "todo vale". Se ha pasado de la obligación de cumplir este sacramento por miedo a un Dios castigador, a una sociedad sin conciencia que sólo busca satisfacer al propio yo, que no sólo no se confiesa, sino que ha perdido muchos valores como la educación, el respeto o la capacidad de ponerse en el lugar del otro. El resultado es que hay mucha gente que vive amargada pensando en lo que el otro le hace sufrir, alimentándose de su propio rencor, que no le deja ser feliz.
La imagen del confesionario, el pecado, el sentimiento de culpabilidad y el miedo al infierno suenan a una Iglesia caduca y desfasada, pero la esencia de este sacramento es algo muy necesario para poder ser feliz en la vida y muy saludable incluso desde el punto de vista psicológico, además del espiritual.
Todos tenemos muchos lastres en la vida que no nos dejan ser feliz. Pero nos acostumbramos a vivir con ellos mientras nos van amargando por dentro, porque en realidad no sabemos cómo deshacernos de ellos, ni siquiera sabemos que nos podemos librar de ellos. Sólo los tapamos con cosas superficiales que nos ayuden a soportarlos.
Es una tontería pensar en el sacramento de la penitencia o en la eucaristía como una obligación; es más bien una oportunidad que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad para ser más feliz.
Ahora que en la Cuaresma y después en la Semana Santa todos nos volvemos un poco más hacia Dios, podemos recordar las palabras de Jesucristo: "Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Todo su sufrimiento para algo tan sencillo, pero tan complejo a la vez. Todos los creyentes amamos a Dios, pero no sobre todas las cosas, hay muchas cosas que nos alejan de Él. Cada vez que nos sentimos mal por dentro, nos estamos alejando de Dios, cuando
Él nos pone a prueba en situaciones difíciles y no confiamos en Él, no le estamos amando sobre todas las cosas y cuando no nos ponemos en el lugar del otro, no estamos amando a nuestra familia o amigos como a nosotros mismos.
Es posible que esta renovación interior se pueda llevar a cabo al margen de la Iglesia, incluso sin ser creyente, pero sentir que Dios nos ama, nos perdona y que somos seres muy valiosos creados por Él, es un buen motivo para acercarnos con fe este sacramento de la reconciliación, pedirle perdón, estar en paz con nosotros mismos y con los demás, renovarnos por dentro y ser plenamente felices.
Mucha gente que se confiesa siente una gran paz interior porque sabe que el sacerdote, aunque es un hombre como tú o como yo, en ese momento tiene el poder para perdonar los pecados porque lo hace en nombre de Dios. Hay quien piensa que los cristianos practicantes nos creemos más buenos que el resto, pero en realidad puede que nos sintamos más necesitados de Dios y sólo estemos buscando en el lugar adecuado.
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