Muchas veces en el largo y difícil camino de la vida nos sentimos frustrados porque después de esforzarnos en los quehaceres diarios no obtenemos el resultado deseado y eso va haciendo que no sólo no nos sintamos realizados sino que además nos vayamos "quemando" poco a poco y que se haga más pesado el día a día y nos sintamos menos felices.
Pero no nos damos cuenta del valor que tienen nuestras acciones. Vivimos en una sociedad en la que no estamos acostumbrados a dar las gracias o a reconocer las cosas buenas de las personas con las que nos vamos encontrando cada día. Solemos fijarnos en ellas cuando esas personas ya no están en este mundo pero ya es demasiado tarde para decírselo.
En realidad todos tenemos una gran responsabilidad cada día de nuestra vida, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pero no somos conscientes de la gran influencia que tenemos sobre los que nos rodean. Pequeños gestos como una sonrisa o una mala contestación pueden alegrar o arruinar el día a la persona que tenemos al lado, pero como no nos agradecen lo que hacemos por ellos podemos pensar que no valoran nuestra buena disposición hacia ellos, pero en realidad sí nos valoran aunque no nos lo digan. Además les estamos transmitiendo valores con nuestra actitud como solidaridad, amor, empatía, etc.
Todos, pero sobre todo padres, profesores, catequistas y todas las personas que trabajan la conducta de otras personas, pueden sentirse frustrados por no conseguir lo que esperan de sus hijos, alumnos... Pero seguro que la vida de estos hijos, alumnos, etc. en mayor o menor medida está marcada por la influencia que tuvieron sobre ellos sus educadores. Seguro que todos recordamos con cariño a algún profesor, un abuelo, un catequista, etc. y unidos a ellos los valores que nos enseñaron, aunque tal vez nunca les dimos las gracias por lo que hicieron por nosotros. Y es probable también que ellos no fueran conscientes de la gran influencia que tuvieron sobre nuestra personalidad. Pero si nos acordamos de ellos no es por casualidad sino por el cariño y la ilusión que pusieron cuando estaban con nosotros. Por eso es más importante de lo que creemos, sobre todo para los padres y educadores que no caigan en la monotonía y aporten todos los valores que han ido aprendiendo durante su vida. Sólo así construiremos entre todos un mundo mejor.
Con este blog pretendo compartir sensaciones positivas que contribuyan a ser más felices a los demás.
miércoles, 23 de mayo de 2012
miércoles, 16 de mayo de 2012
Pentecostés y la fuerza de Dios
El próximo 27 de mayo los cristianos celebramos que el Espíritu Santo les infundió su fuerza y valor a los apóstoles y a la Virgen María cuando estaban asustados después de la muerte de Jesús.
Todos sus seguidores lo querían muchísimo y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por Él, pero después de que Jesucristo fuera crucificado, sus discípulos tenían miedo de correr su misma suerte, por eso, se encerraron escondiéndose de los que pudieran perseguirlos para matarlos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo que les infundió la fuerza para continuar la misión de Jesús de ir por el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos. Este hecho se representa a menudo gráficamente con una llamita de fuego que representa la presencia del Espíritu Santo sobre quienes lo reciben.
Todos tenemos fe en Dios pero según los momentos de la vida que vayamos atravesando y las distintas pruebas que tenemos que superar, nuestra fe está más o menos fuerte. Lo importante es tener una actitud de buscar siempre a Dios, aunque nos vayan las cosas mal y hayamos perdido la esperanza, porque Él siempre está con nosotros aunque nuestro miedo, como los discípulos, muchas veces no nos dejen verlo. En esos momentos tenemos dos opciones: pensar que Dios pasa de nosotros y enfadarnos con Él o hablar con Él, pidiéndole que nos ayude a saber qué camino tenemos que seguir, aceptando su voluntad confiadamente como algo bueno para nosotros aunque no lo entendamos y sobre todo, pidiéndole que nos dé fuerzas para poder llevar la cruz de cada día que tenemos cada uno de nosotros.
Los discípulos de Jesús, igual que nosotros en algún momento de nuestra vida, habían perdido la esperanza en el proyecto que su Maestro les había encomendado, pero hablaron con Dios para que les ayudara y Él les envió el Espíritu Santo. Así, esa llamita tan pequeña que representa la fe, pasó a ser tan grande que hizo que Ellos extendieran el mensaje de Jesús incluso más de dos mil años después. Y eso ocurrió porque los discípulos se dieron cuenta de que el Maestro al que ellos seguían, el Hijo de Dios, había muerto, pero a pesar de eso, no estaban solos, porque Dios se había llevado a su Hijo, pero les había dejado su Espíritu, para que cuando ellos lo invocaran pudieran sentir la presencia de Dios y sentir cómo aumentaba su fe en el mensaje y el proyecto de Dios.
Igual que con ellos ha ido haciendo Dios durante todo este tiempo con muchas personas, consagradas o no, para ir extendiendo su mensaje hasta nuestros días, infundiendo el Espíritu Santo sobre ellos para que aumente su fe y la transmitan a los demás. Ahora le toca a esta generación abrir su corazón a Dios para que Él nos siga regalando el don de la fe y sigamos extendiendo a las generaciones futuras su mensaje, que no es otra cosa que amarnos unos a otros y vivir una vida más plena y feliz.
Todos sus seguidores lo querían muchísimo y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por Él, pero después de que Jesucristo fuera crucificado, sus discípulos tenían miedo de correr su misma suerte, por eso, se encerraron escondiéndose de los que pudieran perseguirlos para matarlos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo que les infundió la fuerza para continuar la misión de Jesús de ir por el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos. Este hecho se representa a menudo gráficamente con una llamita de fuego que representa la presencia del Espíritu Santo sobre quienes lo reciben.
Todos tenemos fe en Dios pero según los momentos de la vida que vayamos atravesando y las distintas pruebas que tenemos que superar, nuestra fe está más o menos fuerte. Lo importante es tener una actitud de buscar siempre a Dios, aunque nos vayan las cosas mal y hayamos perdido la esperanza, porque Él siempre está con nosotros aunque nuestro miedo, como los discípulos, muchas veces no nos dejen verlo. En esos momentos tenemos dos opciones: pensar que Dios pasa de nosotros y enfadarnos con Él o hablar con Él, pidiéndole que nos ayude a saber qué camino tenemos que seguir, aceptando su voluntad confiadamente como algo bueno para nosotros aunque no lo entendamos y sobre todo, pidiéndole que nos dé fuerzas para poder llevar la cruz de cada día que tenemos cada uno de nosotros.
Los discípulos de Jesús, igual que nosotros en algún momento de nuestra vida, habían perdido la esperanza en el proyecto que su Maestro les había encomendado, pero hablaron con Dios para que les ayudara y Él les envió el Espíritu Santo. Así, esa llamita tan pequeña que representa la fe, pasó a ser tan grande que hizo que Ellos extendieran el mensaje de Jesús incluso más de dos mil años después. Y eso ocurrió porque los discípulos se dieron cuenta de que el Maestro al que ellos seguían, el Hijo de Dios, había muerto, pero a pesar de eso, no estaban solos, porque Dios se había llevado a su Hijo, pero les había dejado su Espíritu, para que cuando ellos lo invocaran pudieran sentir la presencia de Dios y sentir cómo aumentaba su fe en el mensaje y el proyecto de Dios.
Igual que con ellos ha ido haciendo Dios durante todo este tiempo con muchas personas, consagradas o no, para ir extendiendo su mensaje hasta nuestros días, infundiendo el Espíritu Santo sobre ellos para que aumente su fe y la transmitan a los demás. Ahora le toca a esta generación abrir su corazón a Dios para que Él nos siga regalando el don de la fe y sigamos extendiendo a las generaciones futuras su mensaje, que no es otra cosa que amarnos unos a otros y vivir una vida más plena y feliz.
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