El próximo 27 de mayo los cristianos celebramos que el Espíritu Santo les infundió su fuerza y valor a los apóstoles y a la Virgen María cuando estaban asustados después de la muerte de Jesús.
Todos sus seguidores lo querían muchísimo y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por Él, pero después de que Jesucristo fuera crucificado, sus discípulos tenían miedo de correr su misma suerte, por eso, se encerraron escondiéndose de los que pudieran perseguirlos para matarlos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo que les infundió la fuerza para continuar la misión de Jesús de ir por el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos. Este hecho se representa a menudo gráficamente con una llamita de fuego que representa la presencia del Espíritu Santo sobre quienes lo reciben.
Todos tenemos fe en Dios pero según los momentos de la vida que vayamos atravesando y las distintas pruebas que tenemos que superar, nuestra fe está más o menos fuerte. Lo importante es tener una actitud de buscar siempre a Dios, aunque nos vayan las cosas mal y hayamos perdido la esperanza, porque Él siempre está con nosotros aunque nuestro miedo, como los discípulos, muchas veces no nos dejen verlo. En esos momentos tenemos dos opciones: pensar que Dios pasa de nosotros y enfadarnos con Él o hablar con Él, pidiéndole que nos ayude a saber qué camino tenemos que seguir, aceptando su voluntad confiadamente como algo bueno para nosotros aunque no lo entendamos y sobre todo, pidiéndole que nos dé fuerzas para poder llevar la cruz de cada día que tenemos cada uno de nosotros.
Los discípulos de Jesús, igual que nosotros en algún momento de nuestra vida, habían perdido la esperanza en el proyecto que su Maestro les había encomendado, pero hablaron con Dios para que les ayudara y Él les envió el Espíritu Santo. Así, esa llamita tan pequeña que representa la fe, pasó a ser tan grande que hizo que Ellos extendieran el mensaje de Jesús incluso más de dos mil años después. Y eso ocurrió porque los discípulos se dieron cuenta de que el Maestro al que ellos seguían, el Hijo de Dios, había muerto, pero a pesar de eso, no estaban solos, porque Dios se había llevado a su Hijo, pero les había dejado su Espíritu, para que cuando ellos lo invocaran pudieran sentir la presencia de Dios y sentir cómo aumentaba su fe en el mensaje y el proyecto de Dios.
Igual que con ellos ha ido haciendo Dios durante todo este tiempo con muchas personas, consagradas o no, para ir extendiendo su mensaje hasta nuestros días, infundiendo el Espíritu Santo sobre ellos para que aumente su fe y la transmitan a los demás. Ahora le toca a esta generación abrir su corazón a Dios para que Él nos siga regalando el don de la fe y sigamos extendiendo a las generaciones futuras su mensaje, que no es otra cosa que amarnos unos a otros y vivir una vida más plena y feliz.
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