En la familia todos la llamábamos "madrina", y aunque no fue mi madrina de bautismo, para mí fue como un hada madrina, haciendo siempre que me sintiera bien. Recuerdo con cuánto cariño y dedicación nos ofrecía lo poco que tenía en su casa. Siempre se preocupaba por nuestras cosas y, en cambio, sus preocupaciones las guardaba para ella procurando que pasáramos un rato agradable, contando anécdotas de su vida, algunas divertidas y otras más duras, como los horrores de la posguerra o la explosión del 47. Sus preocupaciones tenían que ver con las nuestras y su felicidad era vernos felices a nosotros. En realidad debería haber pensado un poco más en ella, pero quizá nadie le enseñó a quererse a sí misma, quedando huérfana con 11 años y teniendo que trabajar muy duro para salir adelante en la vida sin un hombre a su lado en aquella época.
Mirando un cuadro con una foto suya que he colgado hace poco en el salón de mi casa, la observo y pienso en las palabras del Padre Jesús en la homilía de este domingo, en la que utilizaba la metáfora de un juego de ajedrez para explicar cómo debe ser nuestra relación con Cristo. Siguiendo la comparación, Cristo es el rey y en su reino estamos los peones, imprescindibles para que exista el juego, pero avanzando muy despacio en cada jugada. También decía que para ser buenos cristianos no tenemos que hacer grandes cosas, es suficiente con tener a Cristo como nuestro rey, el centro de nuestra vida, y dar pequeños pasos cada día tratando de hacer felices a los que nos rodean.
Pensando esto sigo mirando la foto de "la madrina" y aunque siempre he pensado que en su vida nunca tuvo grandes ideales ni había hecho grandes cosas, hoy sé que en su sencillez residía la grandeza de su vida.
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