La fe es un regalo de Dios que nos llega cuando lo buscamos. Pero a veces está condicionada por las circunstancias de la vida por las que vayamos atravesando en cada momento y por la actitud que tengamos a la hora de afrontarla.
La fe es creer que Dios está con nosotros y nos ama profundamente. Esto es algo que todos los que nos consideramos católicos sentimos en mayor o menor medida. Es como una llamita que llevamos en el corazón y que tenemos más o menos encendida a lo largo de nuestra vida. Podemos acercarnos a Él a través de los sacramentos y de la oración y tener momentos puntuales de contacto con Dios pero podemos sentir la frustración de saber que Dios es algo más, que es inaccesible para nosotros por nuestras limitaciones, a pesar de que nos esforcemos por comprenderlo.
Pero la fe con mayúsculas no es cuestión de esforzarse. Es sólo un regalo que Dios nos da. Muchas veces se nos presentan situaciones difíciles en nuestra vida que al final resultan ser pruebas que Dios te pone para ver si tu fe era firme. Y como somos humanos, tenemos un límite y al final terminamos hundidos y lamentándonos de nuestra suerte, pensando que Dios está muy lejos de nosotros y aunque escucha nuestros problemas y nuestras súplicas nos pide cosas imposibles para nuestra débil condición humana.
Puede ser que nos acomodemos a esta situación hasta que un día Dios decide zarandearnos y entonces nos hace enfrentarnos a situaciones más complicadas todavía, y ahora ya no nos sentimos cómodos. Entonces tenemos dos opciones: o dejarnos morir y caer en una depresión o luchar con todas nuestras fuerzas por salir. Ya no valen medias tintas; hay que poner toda la carne en el asador y luchar con todas nuestras fuerzas por salir y para eso necesitamos dos cosas: sentir a Dios y tener una actitud positiva en la vida frente a las adversidades.
Entonces es cuando buscas a Dios y experimentas cosas que no habías experimentado antes porque ahora estás más necesitado de Él y sientes alivio al sentir el amor de Dios. Cuando uno está realmente necesitado se agarra a un clavo ardiendo y si hay algo que puede aliviar tu sufrimiento te agarras a eso cada vez más como María Magdalena o la samaritana que se encuentra con Jesús y le pide agua porque sabe que su sed sólo la puede saciar Él.
En ese encuentro con Jesús es cuando Él transforma tu vida y te ofrece el gran regalo de la Fe y descubres que ese Dios lejano que está ahí arriba escuchándote cuando acudes a Él en momentos concretos está contigo en cada momento de tu vida y te habla a través de la Biblia, de la oración de las homilías y te ayuda como un Padre cercano concediéndote todo lo que le pides con fe. Ya esa llamita es más grande e ilumina tu vida y tu alma. Pasas de ver una misa o un texto bíblico como algo aburrido y que aunque te esfuerces por comprender no puedes abarcar su profundidad, a ver la Eucaristía como algo necesario para cargar las pilas en tu vida y la Biblia como un texto muy útil para guiarte cuando te sientas perdido en los momentos difíciles.
En esta vida siempre le andamos buscando una explicación a todo incluido al sufrimiento. A lo mejor no tenemos que estar buscando culpables sino, ya que no podemos borrarlo de nuestras vidas, sí podemos aceptar nuestra situación y aprovecharlo como un medio de acercarnos más a Dios y ser mejores personas, así le estaremos dando un sentido a ese sufrimiento y no habrá sido en vano.
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