Recientemente se ha iniciado un debate en la sociedad de la obligación o no de la Iglesia de pagar el IBI de las propiedades no dedicadas al culto.
Volvemos a ver la demagogia de los partidos de izquierda utilizando el anticlericalismo reinante en la sociedad para buscar apoyos y animar a la sociedad a relacionar la Iglesia con lo negativo y con el PP y a ellos como el partido del pueblo. Así presionan al PP a que se enfrente a la Iglesia, a sabiendas de que no va a reclamarle el pago del IBI , ya que Cáritas está contribuyendo a ayudar a la gente necesitada. Es irónico porque precisamente el PSOE no están al día en estos pagos y al menos en Cádiz la Junta de Andalucía debe mucho dinero. La Iglesia,por su parte, contribuye a esta asociación con la derecha, al no rechazar cualquier tipo de privilegio económico.
Es triste ver cómo una vez más se aprovecha cualquier circunstancia para aumentar el anticlericalismo en la sociedad movido por intereses políticos o para llamar la atención. Normalmente siempre que aparece la palabra Iglesia en los medios de comunicación va asociada a algo negativo. Todo esto hace que muchas personas relacionen la palabra "Iglesia" a la jerarquía que se alió al franquismo, a la represión del colegio religioso donde estudió, a las monjas que robaban bebés, a los lujos del Vaticano, a los curas pederastas, a la jerarquía que propone normas impopulares como la prohibición de matrimonios homosexuales, el divorcio, los anticonceptivos y el sexo antes del matrimonio. O también como a un lugar donde se reúnen personas mayores a cumplir con aburridas tradiciones propias de otra época. Para otros la Iglesia es la que pone estrictas condiciones a los que no son practicantes y acuden a ella a recibir los sacramentos o a pertenecer a las cofradías, y ahora también es esa clase privilegiada que todavía tiene concordatos con el Estado y no tiene obligación de pagar el IBI.
Pero la Iglesia no es sólo eso. Es verdad que la Jerarquía eclesiástica es el sector de la Iglesia más influyente y con más poder y eco en los medios de comunicación de la sociedad, pero no son el único. ¿Qué hay de tantas comunidades parroquiales en las que párrocos, catequistas y miembros de cáritas luchan cada día por ayudar a los demás?
Durante muchos años se ha asociado a la Iglesia con el Estado. Recuerdo que cuando estudiaba Historia en el colegio, en los libros representaban a la sociedad de la Edad Media en una pirámide que representaba los tres estamentos: arriba la nobleza, en el centro el clero y abajo el estado llano. Pero seguro que había muchas congregaciones de humildes frailes o sacerdotes que estaban con el pueblo en la época medieval. Igual que en la época franquista también habría muchos curas que no estarían de acuerdo con el apoyo de la Iglesia al Régimen y ayudaban en secreto a las víctimas del franquismo. Igual que hoy, que también hay muchos religiosos, religiosas, sacerdotes y laicos preocupados por la grave situación que está atravesando el país en este momento y que tratan de llevar el mensaje de Cristo y la esperanza al mundo. También hay muchas personas que trabajan desinteresadamente en Cáritas y otras organizaciones benéficas, que están desempeñando un papel tan importante en estos momentos.
Con respecto a la opinión que tiene la gente de la Iglesia, yo creo que, la Jerarquía lo hará de manera más o menos acertada a la hora de prohibir o imponer normas, pero lo que sí es cierto es que cada vez hay más divorcios (bueno, ahora es menos rentable con la crisis), y que hay una pérdida de valores en la que el dinero y el sexo para la satisfacción personal están por encima de los demás y que en ese sentido sí que tienen algo que decirle a la sociedad, adaptándose a los tiempos por supuesto. Respecto a las personas mayores que van a misa por cumplir una tradición, en realidad no tienen culpa de la educación cristiana que han recibido, y en cuanto a los abusos que han cometido algunos religiosos, han sido personas aisladas y en todo caso, una minoría. A los curas y monjas del franquismo que ejercían de profesores, habría que contextualizar su represión en la época que vivían. Respecto a los sacerdotes intransigentes para los que se acercan a recibir sacramentos, es verdad que deberían ser más condescendientes, pero también es verdad que hay gente que cree que los curas están ahí sólo para celebrar bautizos, comuniones y bodas y no entienden (quizá porque nadie se lo ha sabido explicar) el sentido profundo que éstos tienen en el camino de la vida de un cristiano. En cuanto al acuerdo Iglesia- Estado, en la que ésta no tiene que pagar el IBI, creo que es una reminiscencia del pasado y que ya es hora de que la Jerarquía se desvincule del Estado y vaya bajando poco a poco de la pirámide de la Edad Media y pase a ser la Iglesia de los primeros cristianos, la del Estado llano, aunque en realidad, la Jerarquía no deja de se una minoría dentro de la Iglesia, con la que muchos cristianos practicantes en algunos aspectos no se sienten identificados. Lo que está claro es que para que el mensaje de Jesús se haya extendido durante más de dos mil años ha necesitado de muchas personas que han sabido transmitir el amor de Dios con su palabra y su ejemplo, que es lo que de verdad hace que la gente siga creyendo ahora y en el futuro.
Con este blog pretendo compartir sensaciones positivas que contribuyan a ser más felices a los demás.
domingo, 3 de junio de 2012
miércoles, 23 de mayo de 2012
Motivación en nuestra vida diaria
Muchas veces en el largo y difícil camino de la vida nos sentimos frustrados porque después de esforzarnos en los quehaceres diarios no obtenemos el resultado deseado y eso va haciendo que no sólo no nos sintamos realizados sino que además nos vayamos "quemando" poco a poco y que se haga más pesado el día a día y nos sintamos menos felices.
Pero no nos damos cuenta del valor que tienen nuestras acciones. Vivimos en una sociedad en la que no estamos acostumbrados a dar las gracias o a reconocer las cosas buenas de las personas con las que nos vamos encontrando cada día. Solemos fijarnos en ellas cuando esas personas ya no están en este mundo pero ya es demasiado tarde para decírselo.
En realidad todos tenemos una gran responsabilidad cada día de nuestra vida, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pero no somos conscientes de la gran influencia que tenemos sobre los que nos rodean. Pequeños gestos como una sonrisa o una mala contestación pueden alegrar o arruinar el día a la persona que tenemos al lado, pero como no nos agradecen lo que hacemos por ellos podemos pensar que no valoran nuestra buena disposición hacia ellos, pero en realidad sí nos valoran aunque no nos lo digan. Además les estamos transmitiendo valores con nuestra actitud como solidaridad, amor, empatía, etc.
Todos, pero sobre todo padres, profesores, catequistas y todas las personas que trabajan la conducta de otras personas, pueden sentirse frustrados por no conseguir lo que esperan de sus hijos, alumnos... Pero seguro que la vida de estos hijos, alumnos, etc. en mayor o menor medida está marcada por la influencia que tuvieron sobre ellos sus educadores. Seguro que todos recordamos con cariño a algún profesor, un abuelo, un catequista, etc. y unidos a ellos los valores que nos enseñaron, aunque tal vez nunca les dimos las gracias por lo que hicieron por nosotros. Y es probable también que ellos no fueran conscientes de la gran influencia que tuvieron sobre nuestra personalidad. Pero si nos acordamos de ellos no es por casualidad sino por el cariño y la ilusión que pusieron cuando estaban con nosotros. Por eso es más importante de lo que creemos, sobre todo para los padres y educadores que no caigan en la monotonía y aporten todos los valores que han ido aprendiendo durante su vida. Sólo así construiremos entre todos un mundo mejor.
Pero no nos damos cuenta del valor que tienen nuestras acciones. Vivimos en una sociedad en la que no estamos acostumbrados a dar las gracias o a reconocer las cosas buenas de las personas con las que nos vamos encontrando cada día. Solemos fijarnos en ellas cuando esas personas ya no están en este mundo pero ya es demasiado tarde para decírselo.
En realidad todos tenemos una gran responsabilidad cada día de nuestra vida, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pero no somos conscientes de la gran influencia que tenemos sobre los que nos rodean. Pequeños gestos como una sonrisa o una mala contestación pueden alegrar o arruinar el día a la persona que tenemos al lado, pero como no nos agradecen lo que hacemos por ellos podemos pensar que no valoran nuestra buena disposición hacia ellos, pero en realidad sí nos valoran aunque no nos lo digan. Además les estamos transmitiendo valores con nuestra actitud como solidaridad, amor, empatía, etc.
Todos, pero sobre todo padres, profesores, catequistas y todas las personas que trabajan la conducta de otras personas, pueden sentirse frustrados por no conseguir lo que esperan de sus hijos, alumnos... Pero seguro que la vida de estos hijos, alumnos, etc. en mayor o menor medida está marcada por la influencia que tuvieron sobre ellos sus educadores. Seguro que todos recordamos con cariño a algún profesor, un abuelo, un catequista, etc. y unidos a ellos los valores que nos enseñaron, aunque tal vez nunca les dimos las gracias por lo que hicieron por nosotros. Y es probable también que ellos no fueran conscientes de la gran influencia que tuvieron sobre nuestra personalidad. Pero si nos acordamos de ellos no es por casualidad sino por el cariño y la ilusión que pusieron cuando estaban con nosotros. Por eso es más importante de lo que creemos, sobre todo para los padres y educadores que no caigan en la monotonía y aporten todos los valores que han ido aprendiendo durante su vida. Sólo así construiremos entre todos un mundo mejor.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Pentecostés y la fuerza de Dios
El próximo 27 de mayo los cristianos celebramos que el Espíritu Santo les infundió su fuerza y valor a los apóstoles y a la Virgen María cuando estaban asustados después de la muerte de Jesús.
Todos sus seguidores lo querían muchísimo y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por Él, pero después de que Jesucristo fuera crucificado, sus discípulos tenían miedo de correr su misma suerte, por eso, se encerraron escondiéndose de los que pudieran perseguirlos para matarlos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo que les infundió la fuerza para continuar la misión de Jesús de ir por el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos. Este hecho se representa a menudo gráficamente con una llamita de fuego que representa la presencia del Espíritu Santo sobre quienes lo reciben.
Todos tenemos fe en Dios pero según los momentos de la vida que vayamos atravesando y las distintas pruebas que tenemos que superar, nuestra fe está más o menos fuerte. Lo importante es tener una actitud de buscar siempre a Dios, aunque nos vayan las cosas mal y hayamos perdido la esperanza, porque Él siempre está con nosotros aunque nuestro miedo, como los discípulos, muchas veces no nos dejen verlo. En esos momentos tenemos dos opciones: pensar que Dios pasa de nosotros y enfadarnos con Él o hablar con Él, pidiéndole que nos ayude a saber qué camino tenemos que seguir, aceptando su voluntad confiadamente como algo bueno para nosotros aunque no lo entendamos y sobre todo, pidiéndole que nos dé fuerzas para poder llevar la cruz de cada día que tenemos cada uno de nosotros.
Los discípulos de Jesús, igual que nosotros en algún momento de nuestra vida, habían perdido la esperanza en el proyecto que su Maestro les había encomendado, pero hablaron con Dios para que les ayudara y Él les envió el Espíritu Santo. Así, esa llamita tan pequeña que representa la fe, pasó a ser tan grande que hizo que Ellos extendieran el mensaje de Jesús incluso más de dos mil años después. Y eso ocurrió porque los discípulos se dieron cuenta de que el Maestro al que ellos seguían, el Hijo de Dios, había muerto, pero a pesar de eso, no estaban solos, porque Dios se había llevado a su Hijo, pero les había dejado su Espíritu, para que cuando ellos lo invocaran pudieran sentir la presencia de Dios y sentir cómo aumentaba su fe en el mensaje y el proyecto de Dios.
Igual que con ellos ha ido haciendo Dios durante todo este tiempo con muchas personas, consagradas o no, para ir extendiendo su mensaje hasta nuestros días, infundiendo el Espíritu Santo sobre ellos para que aumente su fe y la transmitan a los demás. Ahora le toca a esta generación abrir su corazón a Dios para que Él nos siga regalando el don de la fe y sigamos extendiendo a las generaciones futuras su mensaje, que no es otra cosa que amarnos unos a otros y vivir una vida más plena y feliz.
Todos sus seguidores lo querían muchísimo y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por Él, pero después de que Jesucristo fuera crucificado, sus discípulos tenían miedo de correr su misma suerte, por eso, se encerraron escondiéndose de los que pudieran perseguirlos para matarlos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo que les infundió la fuerza para continuar la misión de Jesús de ir por el mundo predicando el Evangelio y curando a los enfermos. Este hecho se representa a menudo gráficamente con una llamita de fuego que representa la presencia del Espíritu Santo sobre quienes lo reciben.
Todos tenemos fe en Dios pero según los momentos de la vida que vayamos atravesando y las distintas pruebas que tenemos que superar, nuestra fe está más o menos fuerte. Lo importante es tener una actitud de buscar siempre a Dios, aunque nos vayan las cosas mal y hayamos perdido la esperanza, porque Él siempre está con nosotros aunque nuestro miedo, como los discípulos, muchas veces no nos dejen verlo. En esos momentos tenemos dos opciones: pensar que Dios pasa de nosotros y enfadarnos con Él o hablar con Él, pidiéndole que nos ayude a saber qué camino tenemos que seguir, aceptando su voluntad confiadamente como algo bueno para nosotros aunque no lo entendamos y sobre todo, pidiéndole que nos dé fuerzas para poder llevar la cruz de cada día que tenemos cada uno de nosotros.
Los discípulos de Jesús, igual que nosotros en algún momento de nuestra vida, habían perdido la esperanza en el proyecto que su Maestro les había encomendado, pero hablaron con Dios para que les ayudara y Él les envió el Espíritu Santo. Así, esa llamita tan pequeña que representa la fe, pasó a ser tan grande que hizo que Ellos extendieran el mensaje de Jesús incluso más de dos mil años después. Y eso ocurrió porque los discípulos se dieron cuenta de que el Maestro al que ellos seguían, el Hijo de Dios, había muerto, pero a pesar de eso, no estaban solos, porque Dios se había llevado a su Hijo, pero les había dejado su Espíritu, para que cuando ellos lo invocaran pudieran sentir la presencia de Dios y sentir cómo aumentaba su fe en el mensaje y el proyecto de Dios.
Igual que con ellos ha ido haciendo Dios durante todo este tiempo con muchas personas, consagradas o no, para ir extendiendo su mensaje hasta nuestros días, infundiendo el Espíritu Santo sobre ellos para que aumente su fe y la transmitan a los demás. Ahora le toca a esta generación abrir su corazón a Dios para que Él nos siga regalando el don de la fe y sigamos extendiendo a las generaciones futuras su mensaje, que no es otra cosa que amarnos unos a otros y vivir una vida más plena y feliz.
sábado, 7 de abril de 2012
La Esperanza y la Resurrección
Vivimos unos momentos difíciles en nuestra sociedad en los que muchas familias tienen a muchos de sus miembros en paro y van saliendo adelante como pueden. Pero lo peor es la sensación de incertidumbre ante esta situación de crisis económica, sobre todo para los más jóvenes que ven tambalearse sus esperanzas de futuro.
El ser humano no está preparado para soportar este estado de incertidumbre durante mucho tiempo, por eso reaccionamos con miedo, ansiedad, preocupación o desesperación. Pero eso es algo normal que va unido a nuestra naturaleza humana. El propio Jesucristo sintió esto también cuando tuvo que afrontar su pasión y su muerte y nos dijo qué teníamos que hacer cuando nos pasara esto. Primero, le dijo, en la Oración en el Huerto de los olivos, a los discípulos que rezaran, que muchas veces el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil, incluso para Él que era el Hijo de Dios. Luego nos enseñó cómo teníamos que hacerlo cuando pasáramos por una situación difícil como la suya. Al principio sintió miedo de afrontar la situación que se le venía encima y le pidió a Dios que apartara de su vida ese sufrimiento, pero luego terminó aceptándolo si esa era la voluntad de Dios. De esta forma nos enseñó que con la ayuda de la oración podemos hacer frente a las adversidades.
En esta Semana Santa que acaba de terminar hemos visto a Jesucristo sufrir mucho en su Pasión porque sabía que era lo que tenía que hacer y que esa era la voluntad de Dios. En realidad todos sabemos qué es lo que debemos hacer en nuestra vida, pero muchas veces no tenemos el valor porque hemos perdido la esperanza de que ese problema tenga solución.
Muchas veces los cofrades nos centramos demasiado en el sufrimiento de Jesús a través de los distintos misterios que recorren nuestras calles en Semana Santa. Sin embargo, Él en su Pasión, cuando iba camino del Calvario, veía a la gente que lo miraba llorando al verlo sufrir injustamente y les decía que no lloraran por Él, que llorásemos por nosotros, porque todos de alguna u otra forma tenemos que cargar con una cruz en nuestro camino por la vida. A veces al mirar una imagen de un Cristo cargando con su cruz o una Virgen dolorosa, cuando pasan a nuestro lado en los distintos cortejos procesionales, en ese momento mágico en el que su mirada se encuentra con la nuestra, me transmiten ese dolor de Padre y Madre preocupados por nosotros, por nuestros problemas y por nuestra forma de afrontar nuestros sufrimientos particulares, mostrándonos que Ellos nos acompañan durante toda nuestra vida y que están deseando que no nos rindamos y luchemos con fuerza para seguir adelante.
Pero Jesús no vino a este mundo sólo para que lo crucificaran, y mostrarnos su amor de esa manera, sino también para mostrarse como el camino que tenemos que seguir en nuestra vida, si no, su sufrimiento no habría servido de nada. Somos nosotros los que tenemos que darle sentido a su sufrimiento tomando ejemplo de todo lo que Él nos dijo e hizo cuando estuvo en este mundo. Por eso es tan importante el Evangelio, porque en Él se recoge su mensaje.
Y no podemos olvidar su Resurrección, sin la que el cristianismo no tendría sentido. Si Jesús no hubiera resucitado habría sido un profeta más que vino a traer esperanza a la gente desfavorecida de su época. Pero al resucitar vino a decirle a toda la generación incrédula de su tiempo y de todos los tiempos que su mensaje no es una invención a la que nos aferramos los creyentes para hacer esta vida más llevadera, sino que de verdad existió un hombre hace más de dos mil años que fue crucificado y cuyo cuerpo desapareció de su tumba. Y este hecho ratifica todo su mensaje y confirma la existencia de Dios, dándole sentido a nuestra fe y haciéndonos partícipes de la alegría de la Resurrección. Por eso con su ejemplo Jesús vino a decirnos que, aunque el camino de nuestra vida sea difícil, como las distintas situaciones derivadas de la incertidumbre económica que estamos padeciendo, siempre debemos levantarnos y luchar con la esperanza de que al final todo va salir bien porque Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y nunca nos deja abandonados a nuestra suerte, aunque a veces no entendamos sus planes.
El ser humano no está preparado para soportar este estado de incertidumbre durante mucho tiempo, por eso reaccionamos con miedo, ansiedad, preocupación o desesperación. Pero eso es algo normal que va unido a nuestra naturaleza humana. El propio Jesucristo sintió esto también cuando tuvo que afrontar su pasión y su muerte y nos dijo qué teníamos que hacer cuando nos pasara esto. Primero, le dijo, en la Oración en el Huerto de los olivos, a los discípulos que rezaran, que muchas veces el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil, incluso para Él que era el Hijo de Dios. Luego nos enseñó cómo teníamos que hacerlo cuando pasáramos por una situación difícil como la suya. Al principio sintió miedo de afrontar la situación que se le venía encima y le pidió a Dios que apartara de su vida ese sufrimiento, pero luego terminó aceptándolo si esa era la voluntad de Dios. De esta forma nos enseñó que con la ayuda de la oración podemos hacer frente a las adversidades.
En esta Semana Santa que acaba de terminar hemos visto a Jesucristo sufrir mucho en su Pasión porque sabía que era lo que tenía que hacer y que esa era la voluntad de Dios. En realidad todos sabemos qué es lo que debemos hacer en nuestra vida, pero muchas veces no tenemos el valor porque hemos perdido la esperanza de que ese problema tenga solución.
Muchas veces los cofrades nos centramos demasiado en el sufrimiento de Jesús a través de los distintos misterios que recorren nuestras calles en Semana Santa. Sin embargo, Él en su Pasión, cuando iba camino del Calvario, veía a la gente que lo miraba llorando al verlo sufrir injustamente y les decía que no lloraran por Él, que llorásemos por nosotros, porque todos de alguna u otra forma tenemos que cargar con una cruz en nuestro camino por la vida. A veces al mirar una imagen de un Cristo cargando con su cruz o una Virgen dolorosa, cuando pasan a nuestro lado en los distintos cortejos procesionales, en ese momento mágico en el que su mirada se encuentra con la nuestra, me transmiten ese dolor de Padre y Madre preocupados por nosotros, por nuestros problemas y por nuestra forma de afrontar nuestros sufrimientos particulares, mostrándonos que Ellos nos acompañan durante toda nuestra vida y que están deseando que no nos rindamos y luchemos con fuerza para seguir adelante.
Pero Jesús no vino a este mundo sólo para que lo crucificaran, y mostrarnos su amor de esa manera, sino también para mostrarse como el camino que tenemos que seguir en nuestra vida, si no, su sufrimiento no habría servido de nada. Somos nosotros los que tenemos que darle sentido a su sufrimiento tomando ejemplo de todo lo que Él nos dijo e hizo cuando estuvo en este mundo. Por eso es tan importante el Evangelio, porque en Él se recoge su mensaje.
Y no podemos olvidar su Resurrección, sin la que el cristianismo no tendría sentido. Si Jesús no hubiera resucitado habría sido un profeta más que vino a traer esperanza a la gente desfavorecida de su época. Pero al resucitar vino a decirle a toda la generación incrédula de su tiempo y de todos los tiempos que su mensaje no es una invención a la que nos aferramos los creyentes para hacer esta vida más llevadera, sino que de verdad existió un hombre hace más de dos mil años que fue crucificado y cuyo cuerpo desapareció de su tumba. Y este hecho ratifica todo su mensaje y confirma la existencia de Dios, dándole sentido a nuestra fe y haciéndonos partícipes de la alegría de la Resurrección. Por eso con su ejemplo Jesús vino a decirnos que, aunque el camino de nuestra vida sea difícil, como las distintas situaciones derivadas de la incertidumbre económica que estamos padeciendo, siempre debemos levantarnos y luchar con la esperanza de que al final todo va salir bien porque Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y nunca nos deja abandonados a nuestra suerte, aunque a veces no entendamos sus planes.
lunes, 19 de marzo de 2012
El sacerdote en el mundo de hoy
Hoy, 19 de marzo, la Iglesia celebra el día del Seminario en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Llama la atención cómo se mantiene e incluso aumenta el número de hombres que son ordenados sacerdotes, teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en el que tienen mucha importancia el dinero, el sexo o el rechazo a obedecer normas, y, sin embargo, los sacerdotes renuncian a ellos al hacer sus votos de castidad, pobreza y obediencia.
Estoy segura de que el tener un trabajo fijo no ha sido una motivación para haber elegido esta opción (y espero que nunca lo sea), sino el profundo amor a Dios que deben sentir y, que tomando el ejemplo de Jesús, quieran extender el Evangelio por el mundo.
En Semana Santa recordamos cómo Jesús, sabiendo el sufrimiento que le esperaba, amó a Dios sobre todas las cosas, por encima de la tentación de llevar una vida cómoda o incluso por encima del miedo al dolor y a la muerte, siguiendo así los planes de Dios y en beneficio de todos los hombres, convirtiéndose en el camino que todos tenemos que seguir.
Igual que Él, el sacerdote es el pastor que camina junto con sus ovejas por ese camino marcado por Jesucristo, y como Él, entregan su vida, no como la podamos entregar cualquiera de nosotros en algún momento o en algún aspecto de nuestra vida, sino de una forma total, absoluta y confiada a pesar de no tener una recompensa asegurada.
Los sacerdotes, a veces cometen errores y es posible que en ocasiones sean los causantes de que haya personas que se aparten de la Iglesia, pero también guían a las ovejas por el buen camino cuando nos hablan de cómo ellos han experimentado el amor de Dios, que les lleva luego a sentir a los demás como hermanos, y de cómo ese amor nos lleva a ser positivos. También cuando nos invitan a acercarnos con fe a la Eucaristía y a leer la Biblia para darnos fuerza y mantenernos firmes ante las dificultades y nos hablan de cuáles deben ser las prioridades en la vida para ser plenamente felices y además son coherentes en su vida personal dándole autoridad y validez a sus palabras.
Este año, que es el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización nos invitan, como le dijo Jesús a Nicodemo, a nacer de nuevo o nacer del Espíritu, olvidándonos de todo lo que hemos visto y aprendido y a descubrir a Jesús con nuestros propios ojos, desde nuestra propia experiencia, y como los sacerdotes, dejarnos llevar a donde Él quiera aceptando su voluntad y poniéndonos a su disposición, que al fin y al cabo es lo que hicieron los seguidores de Jesús cuando Él murió, y recibieron el Espíritu Santo. Así que esperemos que haya más vocaciones sacerdotales para que nunca falten buenos sacerdotes en este mundo que tanto los necesita.
sábado, 10 de marzo de 2012
El sacramento de la reconciliación
Ahora que estamos inmersos en la Cuaresma parece que los creyentes con más o menos fe, los cofrades o, incluso los que no son creyentes pero que lo están pasando mal ahora, hacemos un pequeño parón en nuestras vidas y nos volvemos hacia el fenómeno religioso presente en las cofradías que sacan a sus pasos a la calle y en las Iglesias que nos invitan a una renovación espiritual profunda.
Muchos sacerdotes ven con tristeza cómo se ha ido perdiendo el sacramento de la penitencia en esta sociedad del "todo vale". Se ha pasado de la obligación de cumplir este sacramento por miedo a un Dios castigador, a una sociedad sin conciencia que sólo busca satisfacer al propio yo, que no sólo no se confiesa, sino que ha perdido muchos valores como la educación, el respeto o la capacidad de ponerse en el lugar del otro. El resultado es que hay mucha gente que vive amargada pensando en lo que el otro le hace sufrir, alimentándose de su propio rencor, que no le deja ser feliz.
La imagen del confesionario, el pecado, el sentimiento de culpabilidad y el miedo al infierno suenan a una Iglesia caduca y desfasada, pero la esencia de este sacramento es algo muy necesario para poder ser feliz en la vida y muy saludable incluso desde el punto de vista psicológico, además del espiritual.
Todos tenemos muchos lastres en la vida que no nos dejan ser feliz. Pero nos acostumbramos a vivir con ellos mientras nos van amargando por dentro, porque en realidad no sabemos cómo deshacernos de ellos, ni siquiera sabemos que nos podemos librar de ellos. Sólo los tapamos con cosas superficiales que nos ayuden a soportarlos.
Es una tontería pensar en el sacramento de la penitencia o en la eucaristía como una obligación; es más bien una oportunidad que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad para ser más feliz.
Ahora que en la Cuaresma y después en la Semana Santa todos nos volvemos un poco más hacia Dios, podemos recordar las palabras de Jesucristo: "Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Todo su sufrimiento para algo tan sencillo, pero tan complejo a la vez. Todos los creyentes amamos a Dios, pero no sobre todas las cosas, hay muchas cosas que nos alejan de Él. Cada vez que nos sentimos mal por dentro, nos estamos alejando de Dios, cuando
Él nos pone a prueba en situaciones difíciles y no confiamos en Él, no le estamos amando sobre todas las cosas y cuando no nos ponemos en el lugar del otro, no estamos amando a nuestra familia o amigos como a nosotros mismos.
Es posible que esta renovación interior se pueda llevar a cabo al margen de la Iglesia, incluso sin ser creyente, pero sentir que Dios nos ama, nos perdona y que somos seres muy valiosos creados por Él, es un buen motivo para acercarnos con fe este sacramento de la reconciliación, pedirle perdón, estar en paz con nosotros mismos y con los demás, renovarnos por dentro y ser plenamente felices.
Mucha gente que se confiesa siente una gran paz interior porque sabe que el sacerdote, aunque es un hombre como tú o como yo, en ese momento tiene el poder para perdonar los pecados porque lo hace en nombre de Dios. Hay quien piensa que los cristianos practicantes nos creemos más buenos que el resto, pero en realidad puede que nos sintamos más necesitados de Dios y sólo estemos buscando en el lugar adecuado.
Muchos sacerdotes ven con tristeza cómo se ha ido perdiendo el sacramento de la penitencia en esta sociedad del "todo vale". Se ha pasado de la obligación de cumplir este sacramento por miedo a un Dios castigador, a una sociedad sin conciencia que sólo busca satisfacer al propio yo, que no sólo no se confiesa, sino que ha perdido muchos valores como la educación, el respeto o la capacidad de ponerse en el lugar del otro. El resultado es que hay mucha gente que vive amargada pensando en lo que el otro le hace sufrir, alimentándose de su propio rencor, que no le deja ser feliz.
La imagen del confesionario, el pecado, el sentimiento de culpabilidad y el miedo al infierno suenan a una Iglesia caduca y desfasada, pero la esencia de este sacramento es algo muy necesario para poder ser feliz en la vida y muy saludable incluso desde el punto de vista psicológico, además del espiritual.
Todos tenemos muchos lastres en la vida que no nos dejan ser feliz. Pero nos acostumbramos a vivir con ellos mientras nos van amargando por dentro, porque en realidad no sabemos cómo deshacernos de ellos, ni siquiera sabemos que nos podemos librar de ellos. Sólo los tapamos con cosas superficiales que nos ayuden a soportarlos.
Es una tontería pensar en el sacramento de la penitencia o en la eucaristía como una obligación; es más bien una oportunidad que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad para ser más feliz.
Ahora que en la Cuaresma y después en la Semana Santa todos nos volvemos un poco más hacia Dios, podemos recordar las palabras de Jesucristo: "Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Todo su sufrimiento para algo tan sencillo, pero tan complejo a la vez. Todos los creyentes amamos a Dios, pero no sobre todas las cosas, hay muchas cosas que nos alejan de Él. Cada vez que nos sentimos mal por dentro, nos estamos alejando de Dios, cuando
Él nos pone a prueba en situaciones difíciles y no confiamos en Él, no le estamos amando sobre todas las cosas y cuando no nos ponemos en el lugar del otro, no estamos amando a nuestra familia o amigos como a nosotros mismos.
Es posible que esta renovación interior se pueda llevar a cabo al margen de la Iglesia, incluso sin ser creyente, pero sentir que Dios nos ama, nos perdona y que somos seres muy valiosos creados por Él, es un buen motivo para acercarnos con fe este sacramento de la reconciliación, pedirle perdón, estar en paz con nosotros mismos y con los demás, renovarnos por dentro y ser plenamente felices.
Mucha gente que se confiesa siente una gran paz interior porque sabe que el sacerdote, aunque es un hombre como tú o como yo, en ese momento tiene el poder para perdonar los pecados porque lo hace en nombre de Dios. Hay quien piensa que los cristianos practicantes nos creemos más buenos que el resto, pero en realidad puede que nos sintamos más necesitados de Dios y sólo estemos buscando en el lugar adecuado.
viernes, 3 de febrero de 2012
Opinión sobre la Iglesia en unas charlas bautismales
La semana pasada fui a unas charlas bautismales como madrina para el bautizo de mi sobrina. Había cinco familias, y de ellas sólo una era practicante.
Me llamó la atención que lo primero que hizo la catequista antes de empezar la charla fue repartir un sobre para que los padres entregaran dinero el día del bautizo. Luego preguntó a los que allí estábamos qué era ser cristiano en el mundo de hoy. Uno de los padres dijo que estábamos allí para cumplir un protocolo, pero que ya que estábamos en un grupo pequeño, pues aprovecharía para compartir su opinión, y a partir de ahí se originó un pequeño debate. Unos decían que ser cristiano era tener unos valores en la vida, otros hablaban de la importancia de la familia para transmitir esos valores con el ejemplo, y el resto empezó a hacer un recuento de experiencias negativas que habían tenido con la Iglesia: que había sacerdotes que no permitían bautizar a hijos de parejas que no estuviesen casadas, que la Iglesia estaba totalmente desfasada, que la sociedad había ido avanzando pero la Iglesia se había quedado igual. El más benevolente era el que iba a misa, que iba obligado por acompañar a su hijo que iba a hacer la comunión, que decía que cada vez le costaba más trabajo convencer a su hijo de que tenía que ir a misa, porque se aburría mucho allí. Lo único en lo que estábamos de acuerdo era que todos creíamos en Dios y que no hacía falta ir a misa, que Dios está en todas partes.
La catequista, por su parte, coincidía en esta última idea, y que es importante que las familias inculquen valores a sus hijos, y también que había actitudes desfasadas en la Iglesia. Luego habló de su testimonio como catequista en la parroquia y de las actividades que había allí y de que ella iba a misa libremente, aunque le costó un poco de trabajo porque parecía un bicho raro después de lo que se había hablado. También dijo que los niños ya son hijos de Dios desde que nacen, así que al final no quedó muy claro cuál era el verdadero sentido del Bautismo. El día del Bautizo el sacerdote dijo que a través de este sacramento los niños empiezan a formar parte de la familia de la Iglesia. Precisamente estos días en la hojilla litúrgica de la parroquia de San Lorenzo, explicaba que el bautismo es símbolo del amor de Dios, y a través de él formamos parte de la comunidad de seguidores de Jesucristo, se nos reconoce que somos hijos de Dios, nos unimos a Jesucristo en la resurrección y recibimos la fuerza del Espíritu Santo para vivir intensamente el Evangelio.
Supongo que la comunicación de los sacerdotes con los seglares es fundamental, porque ellos son como los "comerciales" de la Institución de la Iglesia y si no entienden, no apoyan o no conocen muchos temas de la Iglesia, la imagen que llega a la gente puede ser confusa. Después yo dije que Dios está en todas partes, pero que yo siento a Dios más cerca cuando voy a misa porque si ser cristiano es sólo transmitir valores, eso también los inculcan a sus hijos los que no son creyentes; coincidí en que es verdad que hay sacerdotes que despiden a la gente en vez de acogerla, pero también que hay otros que en sus homilías son muy cercanos a la gente y los niños no se aburren en misa. Al final el que empezó hablando repitió que mi testimonio reforzaba su idea de que la Iglesia estaba desfasada y que lo que necesitaba era sacerdotes que se adaptaran a los tiempos y que él también había escuchado una vez en una misa a un cura joven que hablaba en un lenguaje sencillo, pero que esto eran excepciones.
Es curioso que estas personas quizá ya no vuelvan a tener más contacto con la Iglesia, y el que han tenido es en muchas ocasiones sólo por seguir una tradición al nacer su hijo, igual que ocurre con otros sacramentos como la comuniones o las bodas. Su actitud es incoherente porque estábamos allí para que nuestro hijo o ahijado formara parte de una Iglesia a la que, al parecer, nadie quería realmente vincularse. Por otro lado, la Iglesia también debería aprovechar estas ocasiones en que la gente se acerca a Ella para mostrarle una actitud cercana y servicial, y así vieran que la Iglesia es de ellos también y que es un lugar que puede prestar un servicio a la sociedad, acercando a la gente a Dios y transmitiendo esperanza, en vez de poner trabas a los que se acercan a Ella.
La Iglesia está cambiando poco a poco, pero esa imagen no está calando en la sociedad. Este año es el año de la Fe y de la Nueva Evangelización. Es verdad que la sociedad se tiene que acercar con fe a la Iglesia pero también ésta puede evangelizar acercándose a la sociedad, aceptando los cambios que se están produciendo, en una actitud de diálogo, explicando razonadamente las normas que aplica la Iglesia y que esta sociedad no entiende, y sobre todo volcándose más que nunca ahora con las familias necesitadas de las feligresías en vez de esperar que sean ellos quienes se acerquen. Tal vez ese sea el camino para que, una vez que se produzca este acercamiento, poder contarles la Buena Noticia de que Dios está con nosotros para darnos fuerza en nuestra lucha diaria, como hicieron los primeros cristianos.
Me llamó la atención que lo primero que hizo la catequista antes de empezar la charla fue repartir un sobre para que los padres entregaran dinero el día del bautizo. Luego preguntó a los que allí estábamos qué era ser cristiano en el mundo de hoy. Uno de los padres dijo que estábamos allí para cumplir un protocolo, pero que ya que estábamos en un grupo pequeño, pues aprovecharía para compartir su opinión, y a partir de ahí se originó un pequeño debate. Unos decían que ser cristiano era tener unos valores en la vida, otros hablaban de la importancia de la familia para transmitir esos valores con el ejemplo, y el resto empezó a hacer un recuento de experiencias negativas que habían tenido con la Iglesia: que había sacerdotes que no permitían bautizar a hijos de parejas que no estuviesen casadas, que la Iglesia estaba totalmente desfasada, que la sociedad había ido avanzando pero la Iglesia se había quedado igual. El más benevolente era el que iba a misa, que iba obligado por acompañar a su hijo que iba a hacer la comunión, que decía que cada vez le costaba más trabajo convencer a su hijo de que tenía que ir a misa, porque se aburría mucho allí. Lo único en lo que estábamos de acuerdo era que todos creíamos en Dios y que no hacía falta ir a misa, que Dios está en todas partes.
La catequista, por su parte, coincidía en esta última idea, y que es importante que las familias inculquen valores a sus hijos, y también que había actitudes desfasadas en la Iglesia. Luego habló de su testimonio como catequista en la parroquia y de las actividades que había allí y de que ella iba a misa libremente, aunque le costó un poco de trabajo porque parecía un bicho raro después de lo que se había hablado. También dijo que los niños ya son hijos de Dios desde que nacen, así que al final no quedó muy claro cuál era el verdadero sentido del Bautismo. El día del Bautizo el sacerdote dijo que a través de este sacramento los niños empiezan a formar parte de la familia de la Iglesia. Precisamente estos días en la hojilla litúrgica de la parroquia de San Lorenzo, explicaba que el bautismo es símbolo del amor de Dios, y a través de él formamos parte de la comunidad de seguidores de Jesucristo, se nos reconoce que somos hijos de Dios, nos unimos a Jesucristo en la resurrección y recibimos la fuerza del Espíritu Santo para vivir intensamente el Evangelio.
Supongo que la comunicación de los sacerdotes con los seglares es fundamental, porque ellos son como los "comerciales" de la Institución de la Iglesia y si no entienden, no apoyan o no conocen muchos temas de la Iglesia, la imagen que llega a la gente puede ser confusa. Después yo dije que Dios está en todas partes, pero que yo siento a Dios más cerca cuando voy a misa porque si ser cristiano es sólo transmitir valores, eso también los inculcan a sus hijos los que no son creyentes; coincidí en que es verdad que hay sacerdotes que despiden a la gente en vez de acogerla, pero también que hay otros que en sus homilías son muy cercanos a la gente y los niños no se aburren en misa. Al final el que empezó hablando repitió que mi testimonio reforzaba su idea de que la Iglesia estaba desfasada y que lo que necesitaba era sacerdotes que se adaptaran a los tiempos y que él también había escuchado una vez en una misa a un cura joven que hablaba en un lenguaje sencillo, pero que esto eran excepciones.
Es curioso que estas personas quizá ya no vuelvan a tener más contacto con la Iglesia, y el que han tenido es en muchas ocasiones sólo por seguir una tradición al nacer su hijo, igual que ocurre con otros sacramentos como la comuniones o las bodas. Su actitud es incoherente porque estábamos allí para que nuestro hijo o ahijado formara parte de una Iglesia a la que, al parecer, nadie quería realmente vincularse. Por otro lado, la Iglesia también debería aprovechar estas ocasiones en que la gente se acerca a Ella para mostrarle una actitud cercana y servicial, y así vieran que la Iglesia es de ellos también y que es un lugar que puede prestar un servicio a la sociedad, acercando a la gente a Dios y transmitiendo esperanza, en vez de poner trabas a los que se acercan a Ella.
La Iglesia está cambiando poco a poco, pero esa imagen no está calando en la sociedad. Este año es el año de la Fe y de la Nueva Evangelización. Es verdad que la sociedad se tiene que acercar con fe a la Iglesia pero también ésta puede evangelizar acercándose a la sociedad, aceptando los cambios que se están produciendo, en una actitud de diálogo, explicando razonadamente las normas que aplica la Iglesia y que esta sociedad no entiende, y sobre todo volcándose más que nunca ahora con las familias necesitadas de las feligresías en vez de esperar que sean ellos quienes se acerquen. Tal vez ese sea el camino para que, una vez que se produzca este acercamiento, poder contarles la Buena Noticia de que Dios está con nosotros para darnos fuerza en nuestra lucha diaria, como hicieron los primeros cristianos.
viernes, 20 de enero de 2012
Confiar para ser más feliz
Hay mucha gente que dice que cree en Dios y que siente un gran amor por Él, como hizo el apóstol Pedro cuando Jesús le preguntó si le amaba. Luego vino la debilidad humana y hasta él que llegó a ser santo, le negó tres veces.
No basta con decir que creemos en Dios, tenemos que demostrar hasta qué punto creemos en Él y no caer en la tentación de lo fácil y lo humano. Es muy sencillo creer cuando todo nos va muy bien. Lo difícil es seguir con la misma fe cuando nuestra vida se tambalea y parece que Dios no hace nada por evitarlo.
En realidad Él está ahí, esperando que le demostremos que de verdad le queremos, creyendo en Él a pesar de todo.
Muchas veces nos agobiamos porque creemos que todo lo que hay a nuestro alrededor depende de nosotros, y no nos damos cuenta de que al final las cosas van a salir como Dios las tiene planeadas. Nosotros sólo podemos poner la confianza en que todo va a salir bien aunque no podamos entenderlo, la aceptación y la disponibilidad para que se lleve a cabo lo que Dios quiera. Así nos sentiremos más aliviados al ver que todo el peso no recae sobre nosotros, y podremos luchar con menos presión para conseguir algo.
Pero más allá de todas las cosas materiales que nos rodean hay algo más. En lo más profundo de nuestro ser está Dios, que nos ayuda cada día a afrontar las pruebas que se nos van presentando y que no siempre son fáciles de superar. Dios sabía que esto no iba a ser fácil para nosotros, por eso nos envió a su Hijo, que nos dijo que Él era el Camino, para que su vida nos sirviera como ejemplo, como camino a seguir ante las dificultades en la vida. Él también era humano y cuando supo que iba a morir crucificado, le costó aceptarlo y le pidió a Dios que apartara de Él este destino, pero al final a través de su oración con Dios, confió en Él y aceptó su voluntad. Si echamos un vistazo a cualquier crucifijo podemos ver en Jesús la expresión de la entrega y generosidad absoluta.
Nosotros, a diferencia de Jesús, no sabemos cuál será nuestro destino, pero no debemos perder la confianza en Dios, al contrario, debemos agarrarnos más a Él en caso de dificultad y tener paciencia en que todo se resolverá de la mejor manera según los planes de Dios, que al final sólo busca nuestra felicidad verdadera, por eso debemos contribuir a sus planes, aunque no siempre los entendamos.
No basta con decir que creemos en Dios, tenemos que demostrar hasta qué punto creemos en Él y no caer en la tentación de lo fácil y lo humano. Es muy sencillo creer cuando todo nos va muy bien. Lo difícil es seguir con la misma fe cuando nuestra vida se tambalea y parece que Dios no hace nada por evitarlo.
En realidad Él está ahí, esperando que le demostremos que de verdad le queremos, creyendo en Él a pesar de todo.
Muchas veces nos agobiamos porque creemos que todo lo que hay a nuestro alrededor depende de nosotros, y no nos damos cuenta de que al final las cosas van a salir como Dios las tiene planeadas. Nosotros sólo podemos poner la confianza en que todo va a salir bien aunque no podamos entenderlo, la aceptación y la disponibilidad para que se lleve a cabo lo que Dios quiera. Así nos sentiremos más aliviados al ver que todo el peso no recae sobre nosotros, y podremos luchar con menos presión para conseguir algo.
Pero más allá de todas las cosas materiales que nos rodean hay algo más. En lo más profundo de nuestro ser está Dios, que nos ayuda cada día a afrontar las pruebas que se nos van presentando y que no siempre son fáciles de superar. Dios sabía que esto no iba a ser fácil para nosotros, por eso nos envió a su Hijo, que nos dijo que Él era el Camino, para que su vida nos sirviera como ejemplo, como camino a seguir ante las dificultades en la vida. Él también era humano y cuando supo que iba a morir crucificado, le costó aceptarlo y le pidió a Dios que apartara de Él este destino, pero al final a través de su oración con Dios, confió en Él y aceptó su voluntad. Si echamos un vistazo a cualquier crucifijo podemos ver en Jesús la expresión de la entrega y generosidad absoluta.
Nosotros, a diferencia de Jesús, no sabemos cuál será nuestro destino, pero no debemos perder la confianza en Dios, al contrario, debemos agarrarnos más a Él en caso de dificultad y tener paciencia en que todo se resolverá de la mejor manera según los planes de Dios, que al final sólo busca nuestra felicidad verdadera, por eso debemos contribuir a sus planes, aunque no siempre los entendamos.
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