Es triste ver cómo muchas veces en la vida no podemos estar al lado de quienes queremos simplemente por pensar de manera diferente. Siempre he pensado que cuando se dicen las cosas con delicadeza y con buena voluntad no tiene por qué haber problemas con el otro, pero esto no siempre es así.
En el último artículo que publiqué hice una crítica de la Iglesia en general, desde la perspectiva de la gente de la calle, y de las parroquias en particular, desde mi propia experiencia, no muy buena, por cierto, pero que ya está olvidado. Sólo me llevó a hacer esta crítica ver cómo después de tantos años, la semana pasada, sin ir más lejos, me encontré con un nuevo caso de este tipo de posturas.
Tal vez hay gente que no haya entendido este artículo y me gustaría aclararlo. No escribo desde el resentimiento y mucho menos pretendo atacar a nadie. Haciendo una comparación, un hijo que critica a sus padres no les quiere menos que otro hijo que vive su vida sin meterse en nada. Igual que un aficionado al fútbol que critica a su equipo no es menos aficionado que el que mira para otro lado cuando las cosas se pueden mejorar. Ni el ciudadano que critica a sus gobernantes porque cree que las cosas se pueden hacer de otra forma, es menos fiel a su ideología política. Más bien es al contrario, le duele lo suyo, y no puede mirar para otro lado cuando ve que las cosas no van bien. No es que se crea superior al otro ni pretenda imponerle nada ni que sea más rebelde, quizá más maduro porque es capaz de asumir que su Iglesia, su familia, su partido y su equipo tienen defectos.
Es cierto que nadie se debe creer poseedor de la verdad, pero todo se puede debatir. Dicen que la verdad nos hará libres, pero a veces es muy caro el precio que hay que pagar. Aunque es mejor vivir sintiéndose libre que ser esclavo de la mentira por miedo a enfrentarse a los demás.
En el último artículo que publiqué hice una crítica de la Iglesia en general, desde la perspectiva de la gente de la calle, y de las parroquias en particular, desde mi propia experiencia, no muy buena, por cierto, pero que ya está olvidado. Sólo me llevó a hacer esta crítica ver cómo después de tantos años, la semana pasada, sin ir más lejos, me encontré con un nuevo caso de este tipo de posturas.
Tal vez hay gente que no haya entendido este artículo y me gustaría aclararlo. No escribo desde el resentimiento y mucho menos pretendo atacar a nadie. Haciendo una comparación, un hijo que critica a sus padres no les quiere menos que otro hijo que vive su vida sin meterse en nada. Igual que un aficionado al fútbol que critica a su equipo no es menos aficionado que el que mira para otro lado cuando las cosas se pueden mejorar. Ni el ciudadano que critica a sus gobernantes porque cree que las cosas se pueden hacer de otra forma, es menos fiel a su ideología política. Más bien es al contrario, le duele lo suyo, y no puede mirar para otro lado cuando ve que las cosas no van bien. No es que se crea superior al otro ni pretenda imponerle nada ni que sea más rebelde, quizá más maduro porque es capaz de asumir que su Iglesia, su familia, su partido y su equipo tienen defectos.
Es cierto que nadie se debe creer poseedor de la verdad, pero todo se puede debatir. Dicen que la verdad nos hará libres, pero a veces es muy caro el precio que hay que pagar. Aunque es mejor vivir sintiéndose libre que ser esclavo de la mentira por miedo a enfrentarse a los demás.
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